Votar o no votar: Horacio Corro Espinosa

no me veras

Cada elección electoral siento la obligación de dejar a un lado los asuntos que me interesan o que más me gustan, para escribir sobre las elecciones. Este tema, en realidad, me da mucha flojera escribirlo porque es plano y frío.

En este caso no puedo decir como los ramplones candidatos que en cada entrevista repiten lo mismo: “pues aquí, muy contento, porque la gente me ha recibido con mucha alegría.” ¡Fíjense nada más, que tontería! Pero bueno, eso son nuestros candidatos.

Podría empezar a escribir, por ejemplo: “el domingos son las elecciones, ¡qué emocionante!” No dudo que haya periodistas que comiencen así su texto. Me parece bastante ridículo, cuando todos sabemos que el proceso político mexicano es y seguirá siendo soporífero. Esta característica, posiblemente, esté hecha con el objeto de producir en la ciudadanía un estado de hipnosis, para que se deje manipular más fácilmente.

La entrada para hablar del “día de las elecciones”, nunca he sabido cómo resolverlo. Así que siempre pienso en eso de ¿votar o no votar, y si votar, por quién votar?

Primeramente, creo, hay que hablarle o dirigirse a los que están registrados como electores. En segundo lugar sería decirle a estos, los que tienen una credencial, ¿qué hacer con ella?

Lo importante es utilizarla, no como identidad en una oficina de telégrafos, sino el domingo seis, para votar.

Imaginemos que una persona tiene preferencia por alguno de los partidos registrados, pero su candidato preferido está en otro. Entonces, como cree que las casillas tienen ojos, se traiciona a sí mismo y vota por su partido. En este caso cumplió como ciudadano al utilizar su credencial de elector.

Otra persona cree que sólo uno de los partidos contendientes es de pura gente decente, honrada y capaz. Este hombre o mujer no tiene ningún problema, ingresa a la casilla y vota. Al expresar su voluntad en un papel y ponerlo en una rendija, sabe que cumplió.

Otro ciudadano que no tiene preferencia por ningún partido político, entra en la casilla y pone la cruz donde sea. Lo que busca este elector es recibir la tinta indeleble en su dedo gordo y presumirlo en las redes sociales.

Otra persona, que tampoco tiene ningún problema por votar por quien sea, le será fácil anular su voto porque piensa que todos los partidos y todos los candidatos son malos. Pero muchos no toman en cuenta que dentro de los malos hay diferencias. No es lo mismo un ladrón de celulares que un violador. Si me dieran a escoger entre ellos, prefiero el primero que el segundo. Lo mismo debería ocurrir en las elecciones si todos los candidatos fueran malos.

No es lo mismo el inepto que el mentiroso o que el corrupto. Nuestra responsabilidad es elegir al menos malo. Algo ganamos por no haber elegido al peor, aunque realmente sí hay políticos por los que vale la pena votar.

Anular el voto significa no haber investigado a fondo quiénes son los candidatos. Nuestra responsabilidad es haberlos investigado para que uno de ellos se gane el derecho a gobernarnos. Si anulo mi voto estaré castigando a todos los candidatos, lo cual, me parece injusto.

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