¡Madrecitas!: Horacio Corro Espinosa

no me veras

Por si fuera poco, y como si anduviéramos todavía con necesidad de pachangas, tenemos encima el Día de las Madres, y en viernes, para acabarla de amolar.

            Seguramente, este día comenzó con una guitarra en la mano y un conmovedor discurso, frente a dos que tres botellas, que señalarán el inicio de la fiesta, pero que nadie sabe cuándo terminará.

            Un poco más tarde, será la invitación a comer a un restaurante de lujo o de medio pelo, para romper ─tan sólo este día─ las cadenas que atan a la mamá a la cocina.

            Indudablemente, todo mundo saldrá comprar sus flores, y si bien le va a la madre, recibirá sus cubetas u ollas para que prepare ella misma ese rico pozole.

            Comprar, comprar, comprar. Nadie sabe pensar ni decir otra cosa que comprar a cualquier precio lo que sea, para la madrecita santa. La televisión, el radio, los periódicos, las redes sociales… hicieron su trabajo durante todo el mes anterior y parte de este, para que festejemos a mamá.

            Tarjetas de todos colores, sabores, olores y música, acompañarán a cada regalo. Hoy bien pudiera escribirse el verdadero sentimiento hacia la madre, pero no, nadie lo escribe porque se trata de una fecha sagrada. Además, es el único día que la gente se acuerda de su madre, porque los otros 364 días solo se acuerdan de la de los demás. Es el único día que la gente asegura que todas las cabecitas blancas del mundo son unas santas, y por tal motivo, le presentan bailables, cantos, sentidas poesí­as, bandas de música, cuetes, y para que disfrute más del espectáculo, le preparan su nieve de limón.

            Por regla general, los malos hijos, los malos esposos, los malos com­pañeros, etcétera, se montan sobre el 10, para adquirir la categoría de buenos hijos, buenos padres, buenos para todo, porque este día se venera a la "jefecita", a la "viejita", a la "mami", a la “cabecita blanca", a la mera "patrona", a la "abnegada", sin quitarle la jerarquía de santa. Este día se le colma de arruma­cos, abrazos, apapachos, piojitos, besos, lágrimas y un sin fin de rarezas, de esas que nunca acostumbran a hacerle.

            No faltan los políticos que este día se ponen a regalar máquinas de coser, estufas o planchas, a nombre personal. Están también los de las buenas conciencias; esos que acuden a algún piso de hospital a regalar flores a madrecitas enfermas u olvidadas por los hijos.

            Por otro lado, hay señoras que de verdad se conmueven hasta las lágrimas por ser madres sólo el 10 de mayo. Primero, porque se sienten sinceramente halagadas con el regalo correspondiente, y segundo, porque si no reciben el consabido presente, honestamente se sienten indignadas ante tal olvido.

            El 10, será como cualquier otro de otro año: desmañanarse para llevar las mañanitas casa por casa a todo el vecindario. Este sacrificio vale la pena porque se trata de quien los pario.

            Ya mañana será otro día, ya verán, pues con el menor motivo y sin tener el gusto de conocerlas, se aludirán por medio de frases distintivas o chiflidos tipo arriero, claxonazos telegráficos, signos visuales en los que interviene el puño, el brazo, el antebrazo, el índice y el lenguaje; porque para eso se puede decir en inglés, español y también en mixteco, zapoteco, y en todas las lenguas madres, aunque no lo creas.

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