Hace unos días escribí un texto sobre la tragedia de las fosas clandestinas, sobre los desaparecidos, sobre la ropa enterrada de un niño, sobre lo que creo que somos y sobre lo que posiblemente seremos, sobre nuestro dolor. Hoy sabemos que era una historia ENTRE MILES.
Con base en cifras del Registro Nacional de Personas Extraviadas y Desaparecidas (RNPED), entre el 1 de diciembre de 2012 y el 30 de abril de 2018 se reportaron cuatro mil 980 casos de menores de edad que nunca volvieron a sus casas. Para poner en perspectiva la tragedia: hasta abril pasado, el RNPED tenía registro de 37 mil 435 personas desaparecidas; es decir, 18 de cada 100 son menores de edad.
Cuando escribí la columna del niño en la fosa, hubo un comentario que me llamó mucho la atención, lo hizo María Elena Morera, presidenta de Causa en Común, hablaba de la importancia de individualizar el horror, de ponerle un rostro, una historia –aunque fuera ficticia– al drama de los desaparecidos, en este caso la ropa y los zapatos de un niño en una fosa clandestina en Veracruz, y me pongo a pensar en cada una de las cuatro mil 980 historias –más las que se han acumulado de mayo a octubre de 2018–, en las familias rotas, en la búsqueda incesante, en las vidas destrozadas. Menores que son víctimas siempre, algunos les llamaron colaterales, otros las vemos como generaciones perdidas por una lucha sin pies ni cabeza, por una estrategia sin fundamentos.
¿Cómo ponerle un rostro cuando hay casi cinco mil sólo en el sexenio? Pero sí hay uno en mi mente. En abril de 2012, a las 3:30 de la tarde, María Fernanda Tlapanco Uribe salió de la secundaria Benito Juárez, en Naucalpan, Edomex, donde se había quedado con dos compañeras más a tomar un curso de preparación para el examen de ingreso al bachillerato y nunca volvió a su casa. Vivía cerca, así que para las 4:30 de la tarde, cuando Rocío, su mamá, no la vio entrar, supo que algo no andaba bien. La llamó, pero el teléfono ya había sido apagado.
Fernanda tenía 14 años cuando fue arrancada de su familia. Estaba ilusionada con la fiesta de 15 años que sus papás le estaban organizando para septiembre. Tenía nervios porque entraría a la preparatoria y la emocionaba el cambio. Sus planes no se llevaron a cabo y su mamá la ha buscado desde ese día sin descanso. Seis años sin respuesta. Seis años sin que la investigación que lleva la Procuraduría del Edomex avanzara. Seis años en que Rocío Uribe recorre Semefos o bares o registros de fosas comunes para saber si su hija está ahí. Nada hasta hoy.
El caso de Fernanda es uno entre los miles del Estado de México, donde se ubican dos de los municipios que según el informe de Redim tienen una de las mayores incidencias de desaparición de menores: Ecatepec y Nezahualcóyotl. La entidad gobernada siempre por el PRI es la que tiene más casos: mil 419. Más incluso que Chihuahua, donde se ubica Ciudad Juárez.
Fernanda es uno de los casi cinco mil de los que Redim reporta, conscientes de que la cifra podría ser mayor contemplando aquellos que por desconfianza no lo reportan a la autoridad.
En 2013, la Procuraduría del Edomex, cuyas políticas decidía en ese momento el hoy senador Eruviel Ávila, ofreció 300 mil pesos de recompensa a quien diera información sobre Fernanda y otra decena de casos de otros desaparecidos. De las más de 40 recompensas que la PGJEM –como se llamaba en ese momento– presumió, no se ha cobrado ninguna. En 2015, también por el caso de Fer, la PGR se sumó al plan de las recompensas y ofertó un millón y medio a quien diera datos. Ni eso ha llevado a alguna pista viable. Rocío no se cansa de seguir buscando. Ni ella ni las miles de madres más que tuvieron que incluir a sus hijos en este reporte.
De acuerdo con las cifras, además de ese par de municipios mexiquenses, las ciudades foco rojo son Puebla, Tijuana, Ciudad Juárez, Monterrey, Hermosillo, Toluca, Culiacán y Matamoros. ¿Sabía usted de esta tragedia? ¿Se imaginaba la cifra? ¿Lo ha visto publicado en medios cada semana? Jan Jarab, representante en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, lo dijo con todas sus letras: “Hay que superar la tradición adultocéntrica. Los derechos de la niñez no pueden ser considerados como un tema leve, alegre, decorativo”.
Los niños, niñas y adolescentes no sólo están desaparecidos, sino que el gobierno los ha vuelto invisibles, los mete en un costal de tragedias y los agrega a las cifras perdidas. Respiremos profundo, México es un infierno.
Fuente: elfinanciero.com