La algarabía no podía ser menor. Los gritos. Las porras. Las matracas. Los colores. La música a todo volumen. Los autobuses cargados de militantes-simpatizantes-amigos-vecinos provenientes de distintos puntos del Estado de México... y aunque no fueran del EdoMex, ahí estaban...
El pódium colorido y majestuoso daba cuenta del evento y el locutor se desgañitaba entusiasmando a la multitud para mostrar esa efervescencia que se supone cuando se quiere dar muestras al mundo, urbi et orbi, de que ahí está la fuerza política de hoy y el futuro del país... o por lo menos eso querían demostrar, sin comprobarlo.
Fue en Toluca, el domingo 12 de junio, el mitin en el que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) dio a conocer el inicio la organización de la elección para gobernador en el EdoMex, y cuyos comicios serán el 4 de junio de 2023. Su promesa es que arrebatarán el estado al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Pero en el fondo el evento masivo era también para apoyar a quienes quieren ganar la candidatura de Morena para la presidencia de la República en las elecciones de 2024.
De tal forma que ese encuentro de Morena con los Morenos fue para confirmar lo que el mismo presidente de la República ha estimulado a lo largo de meses: que los posibles candidatos de su partido están a la vista, al portador, para que las multitudes los aplaudan, los reconozcan y se sepa el quién es quién de Morena para continuar su gobierno y sus hechos como 4-T. Y sólo será uno.
[Fue un mitin del que se tendrá que revisar por parte del Instituto Nacional Electoral (INE) y el Instituto Electoral del EdoMex, si se cometió alguna infracción toda vez que el evento tenía todos los visos de arranque de precampaña de los candidatos morenistas.]
Estaban ahí cada uno de los tres, con huestes propias cada uno por aquello del ruido, las porras, los gritos, los aplausos, las emociones echadas hacia adelante para cada uno de ellos. Y para mostrar a qué equipo político-preelectoral le va cada uno, había gorras, playeras, banderas de colores distintivos con el nombre de su aspirante, trompetas, tambores y tanto más: cada uno tenía derecho a un número determinado de sus aplaudidores, a ver quién gritaba más: se engañan a sí mismos.
Estaba ahí Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la Ciudad de México, a quien el presidente estimula y apoya y muestra afecto, aunque haya cometido errores graves –muchos- de gobierno, de administración, de solución de conflictos. Pero lo importante de ella, para él, es “su fidelidad”.
También Adán Augusto López, secretario de Gobernación, muy cercano en afectos y gratitudes al presidente de México. Al que trajo de Tabasco aun siendo gobernador, luego de la salida de esta oficina de la ex secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero. El presidente no ha contenido sus aplausos para este político tabasqueño al que un día dijo que no era candidato y una semana después lo reconoció como posible.
Y Marcelo Ebrard Casaubón, hoy canciller de México, ex muchas cosas en la vida política del país. Un experimentado político que sabe moverse en aguas turbulentas y turbias y salir como si nada. Lo mismo está en el tema de las vacunas, que en asuntos empresariales, que en asuntos de política interna y poco en política exterior. De todo ha hecho, antes y ahora. Es uno de los tres.
A los tres el presidente los denominó como “corcholatas”, en sustitución del viejo “tapado”, aunque lo cierto es que los tres son aspirantes por voluntad presidencial, y será el mismo presidente el que decidirá –y nadie más que él-- quien habrá de ser. Por ahora ellos actúan como aspirantes designados, atendiendo al llamado supremo y de sus propias ambiciones políticas.
Al final lo de Toluca fue el evento en el que se mostró la pugna entre las tres “corcholatas”; las que abandonaron y abandonan cada vez más sus responsabilidades de gobierno para acudir, a instancias de Palacio Nacional, a dar muestras de fortaleza y de que las elecciones de 24 están bajo control.
Palacio Nacional ya sabe quién será su candidato. Lo que hoy vemos es una danza macabra de lucha cuerpo a cuerpo entre tres aspirantes. Ellos conocen su propia fuerza política y social. E, incluso, hacen desfiguros con tal de quedar bien con el presidente quien –lo dicho- habrá de tomar la decisión final; la decisión que habrá de cambiar sus vidas... y la del país.
Es tiempo de “corcholatas”. Todo tiene que ver con la lucha por el poder y la continuidad de la 4-T en el poder. Es propio de todo partido y de todo grupo político luchar por mantenerse en el gobierno, en el poder, en la decisión del futuro del país o de su entidad política.
Pero para ello hay reglas; hay leyes establecidas por ellos mismos. Hay tiempos y modalidades de participación. Hay la búsqueda de la consolidación democrática. Adelantar vísperas lo único que exhibe es esa lucha encarnizada que se vuelve espectáculo cruel, costoso, dañino, desgastante e inútil.
Mientras tanto la oposición se debate en participar en las elecciones del 24 unida o cada partido por su lado. No se ponen de acuerdo y con esto demuestran su debilidad. Ya desde ahora se saben derrotados en 24 y por lo mismo hacen nada para ganar, tan sólo para mantenerse a flote.
Lo que sigue es ver cómo cada uno de los tres intenta anular al adversario y su lucha por mostrarse extremadamente consecuente con quien habrá de decidir... acaso hasta la indignidad.