De un tiempo a esta parte se debate sobre el sistema de partidos políticos en México y, claro, la debilidad o fortaleza de cada uno de ellos; si existen como tales o son organizaciones de interés particular o gremial en el sentido de cofradía.
Si quienes los integran como militantes –o aun como simpatizantes- están convencidos del contenido de su partido político, si conocen sus alcances, sus propuestas, sus compromisos, su plan de gobierno y su sentido histórico, así como su proyecto de nación-estado-país.
O, en todo caso, si un instituto político representa los intereses supremos de un ciudadano y grupos con ideas afines entre sí y distintas a las de otros partidos políticos y sus integrantes. Esto hace la pluralidad de ideas que le da sentido a la democracia y, esto-también- ocurre siempre y cuando el ciudadano se entienda en democracia y cuente con ideas claras, firmes respecto de lo que quiere para sí, para su entorno y sobre todo para su comunidad-estado, municipio o país.
Pero, nada. Que a pesar de que se insiste en que la democracia en nuestro país se nutre por un sistema de partidos amplio y plural, no es así en los hechos.
Esto es: Un grupo específico, solicita el registro de una organización como Partido Político ante el INE en donde deberá cumplir requisitos de precisión de principios, programa de acción estatutos internos; por lo menos 3 mil militantes en por lo menos veinte estados de la República; o 300 militantes, en por lo menos 200 distritos electorales. El número de sus afiliados en el país, ‘no podrá ser menor al 0.26 por ciento del padrón electoral de la elección federal inmediata anterior a la fecha de presentación de la solicitud.’... y más.
Así que en México al momento tenemos siete partidos nacionales que nos cuestan, tan sólo para 2022, 5 mil ochocientos millones de pesos.
El problema es que, con frecuencia, algunas de estas organizaciones parecen disfrazadas de partido aunque sus intereses poco tienen que ver con lo que es en esencia un partido político. Al final, al que menos atienden o escuchan es al ciudadano que les da o les quita su voto.
Y así vemos que, con toda frecuencia, políticos de uno u otro instituto político saltan sin pudor para acomodarse en otro, acorde a sus intereses de momento, como ocurrió apenas en estos días con el diputado que fuera priista y, de pronto, Morenista: Carlos Miguel Aysa Damas. Como ejemplo de falta de principios y coherencia.
Esto es, que estos políticos llegan a puestos de elección popular mediante un partido al que se supone que representarán en sus principios y como una vía de conexión ciudadana con el gobierno. Y juran hacerlo.
Pero también, al predominio de esos intereses particulares y traiciones, subyace la falta de cultura democrática en nuestro país.
Algunos ciudadanos están o en la total entrega en base a sus propias convicciones, como hay muchos otros del modo utilitario; los que ambicionan posiciones de poder federal-estatal o municipal por encima del interés de su comunidad, y saltan y brincan y pelean con quien se les pare enfrente: quieren poder, a través de un partido y de su participación política. Quieren puestos burocráticos o de mando. Son facturas por pagar por esos partidos políticos-gobierno.
O están los ciudadanos que de plano no intervienen. Dejan hacer-dejan pasar. Laisser faire. Miran el jaleo político en el país y se ubican en la vieja escuela mexicana del “de todos hacen lo que quieren”, no participan, no exigen, no señalan y no vuelcan sus propias ideas o necesidades de gobierno para el bien colectivo...
Y por supuesto hay los que están convencidos de sus ideales y sus principios ideológicos, desde cualquier corriente de pensamiento, pero que no encuentran en los siete partidos existentes la salida a esas aspiraciones. Hoy se sabe que en este rubro hay una enorme mayoría nacional, que es la que repudia este sistema de partidos y que al final es un bloque opositor existente y real.
Como quiera que sea hoy mismo se ha visto cómo la historia se repite y, sí, estamos igual que antes; cuando predominaba el PRI que tanto daño le hizo a la democracia y al que acudían muchos, quienes buscaban lo mismo que hoy buscan en Morena. Y se les estimulaba y se les estimula para el fortalecimiento del instituto político y su gobierno. Mañana estarán en otro lado.
Hoy están en Morena. Los mismos que antes estuvieron en el PRD y muchos de los cuales estuvieron en la derecha del PAN o en el PRI. Son los que ‘cruzan el pantano y manchan el pantano’. Y a la vista de la debilidad anémica de los partidos políticos en México surge la duda:
¿Son estos los partidos políticos que necesitamos en México? ¿Son estos quienes representan el ideal de gobierno, de país, de nación y Estado desde las distintas perspectivas que se tiene de ello? ¿Son estos los que representan la pluralidad necesaria en democracia?
¿Son estos partidos políticos los que se nutren con candidatos surgidos de la voluntad ciudadana y no de intereses cupulares? ¿Son estos partidos cuyos representantes en el Legislativo habrán de defender los intereses nacionales por encima de sus intereses de grupo o individuales?
Urge, si, una revisión seria, rigurosa, puntual de nuestro sistema de partidos mexicano. Y urge que quienes se ocupen de ser partidos políticos lo sean, en efecto, de otra manera no podremos hablar de democracia y mucho menos de la consolidación de esa democracia en nuestro país.