Otro Día del maestro: Horacio Corro Espinosa

no me veras

“Ese oso se asea así, ese es mi oso”. ¿Se acuerdan? ¿Y de esta otra? “Pe­pe pisa la pelota, Lupe se la pasa a Luis, la pelota salta alto, la pelota es de todos”.

Yo creo que las primeras lecturas de nuestra vida nunca las vamos a olvidar. Estas lecciones se encontraban en los libros de primero de primaria. Cada una de estas lecciones estaban llenas de color, y hasta de olor, porque, ¿quién no recuerda el aroma a lapicito mojado en el salón de clases?

El primer libro de nuestra vida, seguramente fue el de primaria, y lo llegamos a conocer de cabo a rabo. Frente a ese libro nos pasamos muchas horas del día. De sus páginas emergían edificios, soles, nubes, ríos, en fin.

¿Y quién fue el maestro que nos enseño a leer y a escri­bir? Seguramente a él o a ella no los hemos olvidado.

Yo recuerdo mucho a la maestra que me enseñó a conocer el valor de cada signo para poder leer y escribir. Ella se llamaba Anita Guzmán. A ella nunca la vi como a una maestra, sino como a una mujer que nos quería mucho, y de vez en cuando nos jalaba las orejas, pero hasta ahí.

A veces me pongo a pensar que sí me hubiera tocado tener otro maestro ¿hoy sería yo un devoto a la lectura y a la escritura? No lo sé, pero supongo que algo tiene que ver en nuestra vida ese primer maestro que te enseña las primeras letras o los primeros números.

Tuve otros maestros que aún los recuerdo. Tuve uno que nos relató la historia nacional y nos enseñó amar a nuestra patria. Con él estaré agradecido siempre. También, voy agradecerle a quien se preocupó por nuestra salud, a quien nos motivó nuestro futuro con su ejemplo.

            A esos vamos a recordar siempre, toda la vida, y de ellos vamos a platicarle a nuestros hijos.

            Así fueron los maestros que me tocaron. Eran personas esforzadas, disciplinadas, con buenos y malos ratos, pero dentro de todo esto había mucho sacrificio personal. De ellos recibí mucho, y no creo que lo hayan hecho con un interés.

            Esos maestros merecen nuestro recuerdo, todo nuestro reconocimiento y cariño porque ellos fueron los que me educaron, es decir, fueron los que me impulsaron a ser una mejor persona.

            Tal vez, si no hubieran hecho una huella positiva en mi vida, seguramente no los tendría yo presentes.

            Desde luego que también tuve maestros de los otros. De esos que no se recuerdan bien ni por su nombre ni por su físico. Simplemente se le recuerda por groseros, porque a todos nos ponían apodos, porque siempre olían a alcohol, o porque siempre se quedaban dormidos en el salón de clases.

            Toda mi vida estudie en escuelas de gobierno, pero eso no fue limitante para admirar a algunos de ellos. Yo quería caminar, hablar, incluso, peinarme como ellos. Pues ellos eran mis maes­tros, mis pasos a seguir. Pero que gacho es ver desmoronarse a quien se admira cuando por sus actitudes nos defrauda.

            Hoy 15 de mayo, Día del maestro, regularmente, uno se pone hacer un recuento de ellos. Y en ese recorrido encontramos de todo, pero recordamos primeramente a aquellos que nos marcaron.

            En dos o tres ocasiones, mi esposa ha ido a abrazar con mucho cariño a uno de sus maestros. Después me ha repetido lo mismo: “por él, estudie sociología rural”.

            Creo que eso es agradecimiento salido del corazón.Pensándolo bien, qué bueno que todavía vivan esos verdaderos maestros.

            Un abrazo a todos ellos.

Twitter: @horaciocorro

Facebook: Horacio Corro

horaciocorro@yahoo.com.mx

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