Mujeres: ¿Qué sigue el martes?: Joel Hernández Santiago

no me veras

Por muchos años se decía aquí o allá, en México: “Las mujeres, al final y en la cocina”… o “La mujer, como la carabina, cargada y en la cocina”… “Las mujeres son como el demonio…” o “Que sea niño, que sea niño… para que quiero a una vieja…”…

Y en el mundo mexicano todo giraba en torno a las decisiones del varón-hombre-macho. Lo mejor para él; el mejor lugar en la mesa; el privilegio de mandar; el ser él quien decidía -y decide- qué se hace y no se hace; el que grita y manda a callar; el que resolvía qué futuro corresponde a cada miembro de la familia y qué futuro les depara. Hacedor de presentes y futuros era –y ha sido- el papel del varón en el núcleo familiar: El del padre primero y luego el de los hermanos varones.

Y esto se extendía, a modo de cultura mal entendida al ámbito externo, al ámbito escolar, al laboral, al del comercio, la fábrica, la empresa, la academia, el campo; al entorno social, al de las relaciones humanas y a la relación entre hombre y mujer. Y así el desajuste entre la mujer mexicana que tenía que obedecer y callar.

También había –y hay- el hombre responsable, proveedor de recursos, serio, riguroso y respetuoso; noble, leal y amoroso. Pero con mayor o menor intensidad predominaba –y aun- el macho hecho y derecho…

¿Es cierto que México aportó al mundo el término “macho”-“machista”…? ¿Y que de aquí surge aquel abuso y sometimiento que por años han vivido las mujeres por el sólo hecho de serlo? ¿Y que el predominio del varón hacía que la mujer misma se considerara ad-later del hombre y no mujer-hombre, igual a igual en derechos y responsabilidades?

Durante muchos años, por ejemplo, era emblemático el cine nacional que se exportaba al mundo en el que los charros mexicanos eran a modo Juan Charrasqueado: “la historia de un ranchero enamorado, que fue borracho, parrandero y jugador;… era valiente y arriesgado en el amor: a las mujeres más bonitas se llevaba; de aquellos campos no quedaba ni una flor…”

Y mientras los varones aplaudían, muchas mujeres no decían ni pío para cambiar esta idea que era al mismo tiempo tragedia, pero también cultura: mala cultura. Y así la idea del mexicano bragado, borracho y pendenciero, en tanto que la mujer era dócil, sumisa, callada y expuesta a lo que habría de disponer “el señor de la casa”, como en “Una familia de tantas” de Alejandro Galindo.

Pero ya pasó todo eso. Y paso a paso la mujer mexicana comenzó a expresar que las cosas no estaban bien y que no podía seguir así; que ellas merecían igualdad de condiciones y que podrían acceder a categorías que eran reservadas para los hombres.

Y fueron ellas las que comenzaron a abrirse camino, con avance lento pero seguro, con piedras en el camino y puertas cerradas, pero ellas ya estaban ahí para quitarlas y para abrirlas. ¿En qué momento ocurrió este ascenso? ¿Cuándo podríamos fechar este comienzo?… ¿Acaso aquel 1968 mexicano cuando jóvenes estudiantes, hombres y mujeres salieron a la calle para gritar, reclamar y exigir justicia e igualdad y otro México?

Probablemente. Pero lo cierto es que si bien se ha avanzado mucho en esta materia, hoy mismo las cosas son extenuantes para ellas. Lo son porque todavía deben sufrir abusos, maltratos, marginación, desigualdad, menosprecio, violencia, injusticia… muerte…

En los años recientes, y muy particularmente en meses cercanos, se han acumulado agravios a mujeres; los asesinatos de mujeres; las violaciones a mujeres; secuestros; desapariciones; maltrato; desprecio político; irregularidad laboral; feminicidios; abandono legal; impunidad en contra de sus agresores… tanto más.

Un panorama grave que tenía que estallar porque era una bomba de tiempo y nadie la quiso desactivar mediante la estructuración de políticas públicas que las protegieran, que las cuidaran, que se crearan fiscalías especiales para atender los feminicidios; que se acabara la inseguridad y violencia en contra de ellas; los abusos y el hostigamiento.

Al mismo tiempo pedían seguridad y justicia y el gobierno las miraba de reojo, como si fueran más una carga que una solución. Y como dádiva graciosa se les decía que “este gobierno es igualitario” y se dieron puestos a mujeres en la misma cantidad que a hombres en el gabinete presidencial. Pero hasta ahí. Nada de soluciones al gran problema. Si demagogia.

Así que, “no hay plazo que no se cumpla, ni tiempo que no se venza”. El domingo 8 de marzo, el “Día Internacional de la Mujer” hubo una marcha monumental que marca un hito en la exigencia social.

Y el lunes 9 de marzo de este 2020 las mujeres decidieron hacer un Paro Nacional, en México. Ambos eventos tienen como origen y sentido el de expresar su coraje, su indignación, su reproche y reclamo para que las cosas cambien para ellas; que termine toda esa fenomenología que las hace vivir con el “¡Jesús!” en la boca…

Para exigir-porque están en su derecho de exigir- que pare ya ese mundo hostil para ellas; y que el gobierno cumpla con su responsabilidad de brindar seguridad y justicia, sin impunidad. Y está en sus prerrogativas hacerlo. Tienen todo el derecho. Es de ellas. Nadie se los da. Está en regla y en ley…

Las cosas habrán de cambiar para ellas, sin duda. Lo importante ahora es que el martes sea, ya, un martes distinto; el inicio de su participación y el inicio de sus derechos y responsabilidades. Un distinto amanecer. Ahí está todo, cifrado.

joelhsantiago@gmail.com

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