Las relaciones de México con Estados Unidos han sido muy difíciles por siglos. De hecho malas. Trágicas en muchos casos. Así que en general los mexicanos ven a estadounidenses con rencor; ellos nos ven con desprecio: así, simple y sencillamente.
Es una larguísima historia desde la independencia de EUA y su vocación expansionista. En 1845 anexaron el territorio de Texas al suyo; las relaciones diplomáticas de aquel país y México se rompieron, para dar pie, al año siguiente, a una guerra intervencionista.
Se perdió Texas porque el gobierno de EUA impulsó la colonización con estadounidenses bajo el pretexto de que vivirían en paz y trabajo. México apenas había conseguido su Independencia y tanto su gobierno como su economía eran extremadamente débiles. Así que, aprovechando esta circunstancia, los mismos estadounidenses colonizadores buscaron su independencia para crear la República de Texas; enseguida la anexión a EUA que había sido planeada desde la Casa Blanca.
Cuando nuestro país rechazó la anexión de Texas a EUA, el presidente demócrata James K. Polk dirigió una guerra e invasión contra México con la que le arrebató todo lo que ahora se conoce como suroeste de Estados Unidos: la mitad del territorio mexicano hasta entonces.
De hecho fue una capitulación mexicana durante el gobierno de Antonio López de Santa Anna, quien el 2 de febrero de 1848 firmó el Tratado Guadalupe-Hidalgo, ratificado el 30 de mayo de 1848. Así México perdió lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma.
Por ese tratado, México se comprometió a renunciar a todo reclamo sobre Texas y la frontera internacional se establecería en el río Bravo. Como compensación, EUA pagaría 15 millones de dólares por daños al territorio mexicano durante la guerra.
Más tarde, en 1859, quisieron apropiarse del Istmo de Tehuantepec para crear ahí un canal que uniría el Océano Pacífico con el Golfo de México, como también de la Baja California. Fue durante el gobierno de Benito Juárez quien ya había firmado el tratado McLane-Ocampo. Pero esto no se concretó al no tener la aprobación del congreso estadounidense.
Así y más. Largos años de encuentros y desencuentros. De pérdidas y ganancias. De confrontaciones y acercamientos. Porque también ha habido momentos de buena relación y apoyos. Para muchos ciudadanos estadounidenses México es un país querido y a la inversa.
El problema a lo largo de los siglos y de consolidación de los gobiernos de cada uno de los dos países ha sido el de la frecuente imposición estadounidense para aplicar reglas de “buena vecindad”.
Luego de años se han establecido relaciones basadas en la diplomacia, en el comercio, el intercambio cultural y, sobre todo, en base al trabajo. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de EUA requería mano de obra mexicana para restablecer su economía. Se creó entonces el programa Bracero, para recibir a gente de México con la que pudieron recuperarse. En 1964 suspendieron el Programa y decidieron impedir el traslado de mexicanos.
Millones de mexicanos viven allá. Miles cruzan la frontera de forma frecuente. Muchos han sido bienvenidos allá, entre estadounidenses que los reciben bien; pero también su gobierno les expulsa y les persigue, sobre todo si son indocumentados. Es el día a día de la relación en la que México tiene que bordar fino para conseguir el bienestar de esta población mexicana allá. ¿Lo hace hoy?
Se construyó un Tratado comercial entre México-Canadá y EUA con reglas sobre temas de comercio, industria, servicios, trabajo, aunque durante el gobierno de Donald Trump el Tratado fue revisado según los criterios de este presidente. Luego de muchas negociaciones se ajustó en enero de 2020:
El acuerdo, de 2,082 páginas, establece nuevas normas en protección de propiedad intelectual; introduce también incentivos a la producción de coches en EUA, abre los mercados canadienses a productos lácteos estadounidenses, elimina un ‘controvertido’ sistema de arbitraje y también, a iniciativa de los demócratas, contempla garantías en materia de derechos laborales.
Donald J. Trump fue un atrabiliario presidente; enemigo de México y lo mexicano. Así durante su campaña por la presidencia de su país y ya como presidente sus adjetivos y acciones en contra de los mexicanos eran extremadamente agraviantes. Pero a la llegada de López Obrador al gobierno de México y al permitírsele cumplir sus caprichos fronterizos controló esos odios.
Hoy los gobiernos de AMLO y el de Biden no están bien. Ocurren roces graves con frecuencia. El mexicano no oculta su buena relación de entonces con Trump y en contraste desdeña a Biden. El mexicano los acusa de injerencia e incluso intervención en asuntos mexicanos. Biden lo ignora.
Sobre todo porque los estadounidenses manifiestan su preocupación por la reforma eléctrica que impulsa el presidente mexicano. El gobierno de EUA acusa con frecuencia al de México de incumplir el tratado comercial. El presidente mexicano acusa al de EUA de injerencista, como cuando el secretario de Estado, Antony Blinken expresó la opinión de su gobierno por la muerte de seis periodistas en México en tan sólo un mes... y Así.
Sí hay tensión en las relaciones entre ambos gobiernos. Cierto que México no deberá permitir injerencias en asuntos mexicanos. Y ya se dice allá que pronto “le apretarán tuercas al gobierno mexicano.
México tiene dos caminos: la confrontación política o el diálogo y la diplomacia para obtener beneficios y controlar la situación con EUA. Ser vecinos de uno de los países más poderosos del mundo es un problema para México; pero también debe sacar provecho de ello. Es cosa de sentarse y pensar en ello. No actuar con impulsos. Si con la razón y la dignidad de la investidura.