Buena parte de observadores internacionales han señalado que con Andrés Manuel López Obrador en la presidencia de la república llegó al poder “la izquierda”. Nada más… confuso. El nuevo presidente no es de izquierda, sus aliados vienen del PRI reciente y del PAN conservador, cuyo salto político se explica sólo por cargos públicos. La propuesta del gobierno entrante es de capitalismo de mercado, con regulaciones decrecientes del Estado y programas asistencialistas a sectores improductivos.
Los héroes simbólicos del gobierno de López Obrador son cinco: Hidalgo y Morelos (promotores de la independencia de España en 1810), Benito Juárez (el indígena que llegó a la presidencia para construir el capitalismo sobre las propiedades de la iglesia y los indígenas), Francisco I. Madero (el impulsor de la línea democrática de la Revolución Mexicana que antes había solicitado al dictador Porfirio Díaz ser su candidato a la vicepresidencia) y Lázaro Cárdenas (el repartidor de tierras a campesinos y expropiador-privatizador del petróleo).
Los pequeños datos biográficos anteriores destacan los aspectos negativos de las personalidades, pero todos ellos forman parte de la Historia Oficial (capital mayúscula para destacar el oficialismo) que la ideología oficial de la Revolución Mexicana ha diseñado como parte de la ideología priísta. Esa ideología es impuesta a través de la educación obligatoria y los libros de texto gubernamentales que son los únicos válidos en la educación y que constituyen (Althusser) un aparato ideológico del Estado priísta. Así, la educación construye ideología en todos los niños. Por eso el politólogo critico y radical Luis Javier Garrido había diseñado una frase que se hizo célebre: en México todos somos priistas (por la educación) hasta demostrar lo contrario.
La izquierda mexicana ha tenido dos grandes vertientes: la marxista y marxista-leninista y la nacionalista-revolucionaria del PRI en sus formaciones anteriores como Partido Nacional Revolucionario y Partido de la Revolución Mexicana. La marxista-leninista (el Partido Comunista Mexicano) fue legalizada en 1978 y sobrevivió legalmente hasta 1989 en que entregó su registro a los ex priístas Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador para dar a luz al Partido de la Revolución democrática, cuyo venero ideológico viene del PRI progresista-cardenista, pero priísta de todos modos. Morena, el partido de López Obrador, fue un desprendimiento del PRD.
Cárdenas y Muñoz Ledo se asumieron de la izquierda del PRI –progresista, no marxista, un poco socialdemócrata, con un Estado promotor de la acumulación privada de capital– y López Obrador se dijo tibiamente de izquierda hasta 1999 en que terminó su periodo como presidente del PRD. La izquierda oficial no promueve la lucha de clases, aunque Cárdenas la invocó no para potenciarla sino para controlarla en una versión bonapartista del progresismo, organizó a la clase trabajadora como masa y no como clase proletaria y desde siempre afirmó que el proletariado nunca sería propietario de los medios de producción ni tendría el poder presidencial directo.
La ruptura de Cárdenas, Muñoz Ledo y López Obrador con el PRI ocurrió en 1987 cuando el gobierno del presidente Miguel de la Madrid se negó a abrir a votación pública la nominación del candidato presidencial de 1988 y señaló con su dedo todopoderoso (dedazo, en la gramática autoritaria del PRI) a Carlos Salinas de Gortari, un tecnócrata neoliberal. Enojados, aquellos tres abandonaron el PRI, compitieron con un frente amplio, les hicieron un fraude para impedir acercarse al poder y provocaron la fundación del PRD con más bases priistas que comunistas.
De 1981 a 1988 se dio en el seno de la clase gobernante priísta una disputa por el rumbo ideológico y político del desarrollo (tesis de Carlos Tello y Rolando Cordera en México: la disputa por la nación. Perspectivas y opciones del desarrollo) entre dos corrientes: la neoliberal de los tecnócratas De la Madrid y Salinas dentro del modelo del Fondo Monetario Internacional que tomó el control de la política económica mexicana en 1975 y la popular impulsada por el progresista Colegio Nacional de Economistas y la coalición obrera en el Congreso del Trabajo. La línea victoriosa fue la neoliberal y duró de 1987 a 2018. La progresista pasó a la marginalidad y fue reactivada por Cárdenas y su populismo poscardenista en las elecciones presidenciales de 1988, 1994 y 2000, pero con bajo rendimiento electoral: del 30% en 1988 a 16% en 2000. López Obrador, construido por Cárdenas, se alejó del PRD, fijo su propia personalidad disidente e ideó un liderazgo bonapartista personal sustentado en el lumpenproletariado de los beneficiarios de programas sociales.
Lo que dicen que la izquierda llegó al poder con López Obrador debieran primero definir qué tipo de izquierda. El nuevo presidente, en realidad, es populista y personalista; su modelo económico es de estabilidad macroeconómica en las exigencias del FMI, pero con gasto asistencialista para beneficiar apenas a tercera edad, becas a jóvenes y apoyos a mujeres. Su primer programa económico para 2019 será la continuidad del neoliberal establecido en México desde 1983. En suma, López Obrador mantendrá el régimen priísta: federal, democrático, representativo y presidencialista. Morena está buscando ocupar el espacio del PRI, aunque sin la cohesión de disciplina e ideología del priísmo.
En este sentido, el proyecto político del gobierno de López Obrador es populista, priísta en métodos, tácticas e ideas y con respeto a la estabilidad macroeconómica del FMI. Morena no es un partido cohesionado, sino una Torre de Babel conformada por militantes de todos los partidos, sin que tenga una ideología, y como partido carece de ideología real. Al final, el modelo de gobierno de López Obrador será presidencialista, de liderazgo personalista, bonapartista y de plaza pública, viviendo de la vieja ideología priísta de la Revolución Mexicana.
En síntesis, el gobierno de López Obrador no representa una ruptura revolucionaria, sino una continuidad priísta en clave pendular dentro del PRI.