Los recuerdos históricos suelen disfrazarse de victorias de la retórica y a veces de la demagogia. El México 68 quedó marcado por la violencia de la tarde del 2 de octubre que aún no se aclara, a pesar de que ha pasado medio siglo. La razón es explicable: nadie ha investigado el caso, la polarización progresista acusa al demonio de la represión y el Estado carga con vergüenza los saldos de muerte.
Si en conflictos sociales no hay ganadores ni perdedores absolutos, en el caso mexicano podríamos decir que el ganador-ganador del conflicto del 68 fue el PRI: el movimiento estudiantil fue en contra del partido del Estado y su élite gobernante autoritaria, el PRI salió desprestigiado por el saldo sangriento y el PRI ha sido acusado de ser el responsable histórico –si los hay– del 68; sin embargo, el PRI ganó: depuró sus filas, encabezó un largo proceso de reformas políticas para distensionar el ambiente, llevó a la oposición de izquierda y derecha a la institucionalidad del poder para disminuirla, operó como sistema de poder aún sin el PRI en la presidencia y ganó con López Obrador y su origen y comportamiento priístas.
El fondo de la explicación se puede resumir así: el PRI no fue el grupo de funcionarios que chocaron en la oscuridad del 68, sino que el PRI ha sido desde su fundación en 1929 y antes como élite revolucionaria que redactó la Constitución de 1917 una estructura de poder, una ideología oficial y un pensamiento histórico único. El nuevo gobierno de López Obrador –tan crítico del PRI– eludió la responsabilidad histórica de una comisión investigadora sobre el 68 y, como los gobiernos panistas de 2000 y 2006, decidió dejar el 68 en la historia oral.
Las actividades para recordar los 50 años del 68 mexicano, por lo demás, giraron en torno a lo mismo: acusar al sistema sin análisis de responsabilidad jurídica, repetir la historia oficial disidente de que fue una represión de Estado y centrar sus acusaciones en el entonces presidente Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Alvarez. Los nuevos libros de la coyuntura señalan la amargura de la derrota y el del activista del 68 Joel Ortega Juárez decidió convocar con el título de su libro a un Adiós al 68.
Como analista político, yo publiqué dos libros sobre el tema –los dos se encuentran en Amazon-Kindle para los interesados con mensajes novedosos: El 68 no existió y Octavio Paz y el 68: crisis del sistema político priísta. El primero borda sobre el enfoque de que la crisis del 68 fue una pugna al interior del sistema priísta entre aspirantes a la candidatura presidencial de 1969 para la elección de 1970 y el segundo ajusta cuentas con un pasivo de desdén de la academia y las organizaciones de lucha hacia Octavio Paz, el único que razonó el 68 en octubre de 1969 como una crisis autoritaria del sistema político priísta y que definió que la salida estaba en la democracia.
Como análisis del 68 mexicano fuera de fechas simbólicas aquí expondré cinco enfoques de aquella crisis que casi nadie quiere articular:
1.- Disputa por la candidatura presidencial. Después de las elecciones legislativas de 1967, el PRI, como siempre, salió con el 100% del Senado y el 85% de la Cámara de Diputados. También como siempre, la disputa por la candidatura presidencial del PRI comenzó después de ese reacomodo del poder de mediados de sexenio. La tradición autoritaria del poder señalaba que el presidente en turno designaba de manera directa al candidato del PRI, pero permitía el juego entre cuando menos tres aspirantes: Echeverría como secretario de Gobernación, Emilio Martínez Manautou como secretario de la Presidencia y Antonio Ortiz Mena como secretario de Hacienda; un cuarto aspirante se metió a la lista forzando las reglas: el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal, jefe político de la capital de la república.
2.- Lucha dentro del gobierno. Y como señala la tradición, los aspirantes a la candidatura generan batallas burocráticas para convencer al presidente saliente. El nuevo actor en la lucha por el poder fue el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, miembro del PRI, contendiente contra Díaz Ordaz en 1963 en la lucha por la candidatura del PRI y enemigo político de Díaz Ordaz.
3.- Resistencia, no revolución. La lucha de los estudiantes fue de resistencia y contra el autoritarismo. El pliego de peticiones exigía desaparición del cuerpo antimotines de la policía, la renuncia de los jefes policiacos y la indemnización de víctimas. La crisis se complicó cuando el rector de la UNAM se pasó al lado de los estudiantes y el conflicto se polarizó entre gobierno y estudiantes, sin ningún espacio de negociación.
4.- Trampa en Tlatelolco. Iniciada la crisis el 22 de julio, una luz de negociación llegó el 1 de octubre: reunión entre funcionarios del gobierno y líderes estudiantiles. Encauzada la negociación, el mitin el 2 de octubre fue para informar de la negociación. Pero grupos radicales de los estudiantes y de la milicia del estado mayor presidencial precipitaron la violencia.
5.- Ganar-ganar. Derrotado el movimiento estudiantil, sus líderes presos o exiliados, el sistema priísta emprendió una larga lista de reformas políticas para democratizar el sistema sin que el PRI perdiera el poder y el dominio. La alternancia en la presidencia del PRI al PAN en el 2000, del PAN al PRI en el 2012 y del PRI a Morena en 2018 no ha cambiado los tres espacios dominantes del PRI: sistema político/régimen de gobierno/Estado Constitucional.
De ahí la tesis de que el PRI precipitó el colapso político autoritario en 1968, lideró las reformas de distensión autoritaria y como política/ideología/poder salió reforzado y demostró que México es priísta sin el PRI.