La tragedia ocurrida el jueves 9 de diciembre en una carretera de Chiapa de Corzo, en Chiapas, México, en el que perdieron la vida 55 personas y más de cien están heridas es extremadamente dolorosa, sí. Y también es un ejemplo dramático que nos devuelve a reflexionar una y otra y mil veces más sobre el tema migratorio y sobre el sentido de la justicia y sobre los derechos humanos.
Nadie con dos dedos de frente sale del lugar amado. Nadie deja atrás una vida construida durante años en conjunto familiar y fraterno. Nadie deja el sitio en el que todo está cumplido para todos. No. Sería el Paraíso Perdido, de Milton. Si se está feliz en ese lugar ideal se permanece en él para fortalecerlo y engrandecerlo, para hacerlo productivo y generoso y heredarlo a los descendientes.
Si. Pero no. Las razones por los que miles de seres humanos huyen de su lugar de origen tienen tantos motivos como cada uno de ellos es. Los hay simple y sencillamente de querer cambiar de aires y buscar “el sueño americano” por sí. Por la aventura. Por ver si pega y salen bien las cosas.
Pero las más de las veces es por razones de sobrevivencia. Porque ese lugar de origen tan querido se ha vuelto agrio, difícil, encrespado y peligroso.
Mucha gente no tiene trabajo ni forma alguna de ingresos honorable y digna, ni para hoy ni para mañana. Inmersos en la pobreza les urge facilitar los bienes a la familia; les urge satisfacer esas necesidades básicas tan difíciles de conseguir en el lugar de origen. No hay empleo. No hay tierra propia. No hay espacio para cada uno. No hay qué llevarse a la boca ni cada uno ni de la familia.
Todo ahí es adverso ahí. Sobre todo por la incomprensión de los gobiernos de cada país de entender a cada uno de sus habitantes como seres humanos con derechos y prerrogativas, con obligaciones pero también con la fortaleza para sacar adelante al país y construir un futuro común cargado de soluciones y no amenazas ni desahucios. Esto es cuando las políticas públicas de gobierno han dejado de funcionar para ser palabras huecas.
Otro caso es el de quienes salen huyendo de su país por razones de seguridad. Por la violencia criminal. Porque está amenazada la vida personal y la de su familia. Porque viven con el ¡Jesús! en la boca día a día. Y nadie los cuida. Nadie los defiende. Nadie se hace cargo de preservar sus vidas ya por complicidad u omisión. La fuerza del Estado ha desaparecido... o es la amenaza.
Así que ahí está el fenómeno migratorio. Ahí están los miles de centroamericanos, de haitianos, de cubanos, africanos, pakistaníes y de tantas otras nacionalidades que quieren cruzar por México para llegar a los Estados Unidos. Pocas veces se plantean quedarse en México.
Acaso piden asilo en nuestro país como solución transitoria a su paso hacia EUA. Da lo mismo. Están ahí; son miles de ellos y cada vez son más. Tan sólo de enero a octubre de 2021 las autoridades mexicanas interceptaron a 228,115 migrantes y deportado a 82,627. Números no vistos en más de 15 años.
Además, 123 mil migrantes han solicitado refugio en estos once meses del 2021 en México, otro récord absoluto pues en años anteriores llegaba a unas 40,000 peticiones en doce meses.
El gobierno de Estados Unidos ha endurecido su política de acceso a migrantes, sobre todo si se trata de centroamericanos y sobre todo si el acceso es por México. Si bien a la llegada del presidente Joe Biden en enero de este año suspendió la separación familiar y otros, el tema sigue tan extremo como antes de este gobierno. Así lo quiere también el Congreso de aquel país. Y ordena que los solicitantes de asilo permanezcan en México. El gobierno mexicano acepta.
El mismo gobierno mexicano dice que comparte la preocupación pero poco hace para contener las avalanchas en condiciones de respeto, dignidad y salvaguarda de los derechos humanos. Todavía el año pasado fuimos testigos del uso violento de los guardias de gobierno para contener a migrantes. Luego de ello han evitado hacer uso de la fuerza pero utilizan modos más sofisticados.
El gobierno de México insiste en que hay que solucionar el problema de raíz y propone la creación de programas “Sembrando vida” en los países centroamericanos a fin de mantener a su población con trabajo y productiva. Ni los gobiernos de esos países ni Estados Unidos ven ahí la solución.
Al final de cuentas se ha convertido en un manoseo del tema migratorio, lo que es criminal.
¿Pero entonces cuál es la solución? Es importante que los países de origen se involucren en el problema y encuentren la solución para contener la salida de sus ciudadanos. No pueden permanecer pasivos y dejar el problema a México mientras ellos parecen tocar la lira.
Los gobiernos de estos países tienen la responsabilidad de garantizar mejores condiciones de vida para los migrantes, mejores condiciones laborales, productivas, educativas, culturales. También de seguridad. Como también estrategias macro y microeconómicas y de desarrollo social multidisciplinarias. Y estabilidad política. Democracia y justicia social.
Mientras tanto el gobierno de México, como farol de la calle, propone programas de contención, cuando él mismo no puede contener la salida de miles de mexicanos cada año que salen porque aquí no hay forma de vida, no hay seguridad, trabajo, ni posibilidades de desarrollo. Y son los que envían remesas millonarias cada año y se les felicita por esto: ¿contradicción o cinismo?
También son los que salen de sus lugares de origen por la violencia criminal imperante. Pueblos vacíos. En desahucio. Pueblos abandonados a la mano del crimen organizado sin que nadie ni nada los contenga. Ese también es un atentado a los derechos humanos y es una forma de ingobernabilidad y de falta de voluntad política para garantizar la vida de miles. ¿Para dónde mirar entonces?
Nos vemos en la primera semana de enero. Que pasen muy felices fiestas.