Puede ser entendible la euforia de los diputados federales de los partidos aliados en la coalición Juntos Haremos Historia, al asumir como tales en la LXIV Legislatura federal. Esa euforia los llevó a corear airadamente la frase “es un honor estar con Obrador”, y el posible entendimiento surge de la larga lucha política librada por Andrés Manuel López Obrador, por más de 15 años, hasta llegar a la Presidencia. Lo que no debiera ser entendible, y tampoco aceptable, es el riesgo que puede llegar a implicar la militancia incondicional no con un partido o una causa, sino con un hombre, en tiempos en los que debería fortalecerse el imperio de la Constitución, y la división de poderes.
En efecto, el pasado sábado cuando inició el primer periodo ordinario de sesiones de la LXIV Legislatura federal, y en la Cámara de Diputados se llevaba a cabo la sesión de recepción formal del Informe de Gobierno del Titular del Poder Ejecutivo, hubo una expresión particularmente llamativa. La bancada mayoritaria de Morena en el Congreso de la Unión, interrumpió el posicionamiento del PRI en la sesión del Congreso General, en voz de su presidenta nacional, Claudia Ruiz Massieu, para reclamar por la desaparición de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa.
Claudia Ruiz Massieu hablaba de que los priistas no son mercenarios de la política que cambian sus lealtades de acuerdo al proyecto en el gobierno en turno, cuando un grito ensordecedor desde las curules de Morena enumeró, uno por uno, a los 43 normalistas desaparecidos y exigieron justicia al final.
Unos minutos después Ruiz Massieu hablaba de los logros del gobierno del presidente, Enrique Peña Nieto y de los costos políticos que le dejó a esta administración las reformas hacendaria y energética, cuando desde las curules de Morena se escuchó el gritó: “¡Es un honor estar con Obrador!”, en varias ocasiones. Ruiz Massieu dijo que el Poder Legislativo es contrapeso y eso incluye a los grupos parlamentarios oficialistas y deben saber decir que “no”. “Seremos una oposición valiente, crítica y constructiva. Ni abyecta (...) no obstruiremos lo que sirva y el PRI es un partido grande”, dijo Ruiz Massieu.
Estas expresiones merecen una consideración en específico. Porque si bien es cierto que la llegada de una bancada mayoritaria de un partido opositor al PRI, resulta una noticia relevante en el contexto político nacional —máxime por la historia particular del obradorismo y de Morena en la arena electoral mexicana—, y que lo es todavía más que esa sea la mayoría legislativa más copiosa e importante que se ha construido en los últimos veinte años de la historia democrática de México, también es cierto que aún con los antecedentes de Morena y del obradorismo, y de este arribo al poder tras un larguísimo trayecto siempre cuesta arriba, lo que debería siempre prevalecer es, por un lado, el principio de la división de poderes, porque eso es lo que va a garantizar siempre la salud del ejercicio del poder en México; y por el otro, la vigilancia permanente de la ciudadanía para impedir la toma de decisiones contrarias a lo que desea, y espera, la mayoría ciudadana del próximo gobierno.
En esa lógica, pareciera que las expresiones de apoyo son inicialmente producto de la euforia por el arribo al poder. Sin embargo, esa euforia no se debe convertir en una especie de “borrachera de poder” y mucho menos el preámbulo del pliegue incondicional de diputados y senadores de Morena a los designios de su Jefe Político, ahora convertido en presidente de la República.
Hay —se supone— una militancia y una convicción ideológica afín al Presidente Electo. Pero eso no debe significar el regreso de los caudillos ni de “el país de un solo hombre”. Eso fue justamente lo que desacreditó al priismo —los excesos cometidos al amparo de la disciplina partidista—, y en el fondo es contra lo que votaron más de 30 millones de mexicanos el pasado 1 de julio.
EXCESOS
La militancia partidista es parte de la democracia. Las mayorías y minorías también lo son, y de hecho los sistemas políticos y las democracias actuales están construidos de tal forma que se supone que deben soportar lo mismo la existencia de pluralidad de partidos en los órganos legislativos, que mayorías y minorías definidas. Esa es la razón por la que hoy llama la atención que una amplia mayoría, llegada al poder como consecuencia del hartazgo frente a las formas antiguas de hacer la política, ahora asuma actitudes excesivas.
Una crónica publicada ayer en El Universal sobre el desarrollo de la sesión de Congreso general, y los excesos de algunos sectores de Morena en el Poder Legislativo Federal, dejaba ver esos rasgos: luego de relatar los problemas que enfrentaba el Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, el morenista Porfirio Muñoz Ledo, para conducir la sesión legislativa, el reportero Juan Arvizu daba pautas específicas de la actitud soberbia y excesiva de la misma bancada que dentro de tres meses dejará de ser opositora para asumir un papel que lo mismo puede ser de contrapeso que de apoyo incondicional.
“Renace el desorden. Siempre en la amplia extensión morenista. Uno ofrece su ayuda, desde el flanco del PRD que quedó en la derecha del salón. “Agradezco, pero no lo necesito tanto”, señala el político de miles y miles de batallas [Muñoz Ledo], con una certeza: “La conducción [de la sesión] es exclusiva del presidente del Congreso”. Ha hablado con energía.
“Pone luz en esta encrucijada en la que están sus huestes, a las que pedirá que sean maduras: “Esta es la hora cero de la nueva República”. Pero no oyen. Morena trae una nutrida sección de ruidosos imparables, que recuerdan ese bloque priísta que se afamó con el mote de Bronx. No paran de gritar a los antagónicos y de aplaudir a la mínima mención de Andrés Manuel López Obrador.
Las otras bancadas quedaron reducidas por el resultado electoral. Un morenista tiene la curul de mayor poder. Es Mario Delgado. En el pasillo central son morenos. En la fila uno, hoy se sientan los hombres del poder verdadero: el senador Ricardo Monreal y Olga Sánchez Cordero celebran el discurso y el tono del joven de izquierda. Mientras, la mayoría de Morena se aplasta en el entusiasmo que genera su porra de identidad: “¡Es un honor estar con Obrador!”. Eso dan en la hora cero.” (https://bit.ly/2LUHvcs).
DIVISIÓN DE PODERES
Lo que quisiéramos ver es una división de poderes de avanzada, con un Presidente que goza de una bancada mayoritaria, pero con no el posible cheque en blanco en la mano —que le permitiría hacer y deshacer, a placer— que siempre es nocivo y engañoso para la democracia. ¿Qué queda? Que los ciudadanos, hayamos o no votado por López Obrador o por Morena, asumamos y ejerzamos nuestro papel de ciudadanía crítica, y sometamos de manera permanente a escrutinio el ejercicio del poder. Esa es una de las pocas vías que quedan para limitar y controlar, lo que esas amplias mayorías legislativas parecen no tener muchas ganas de hacer.
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