La exigencia del presidente mexicano al rey de España de una disculpa por la conquista de hace 500 años tiene una lectura más mexicana que española. Ni López Obrador es la reencarnación del Cuauhtémoc que fue el último rey azteca ni Felipe VI es la figura de Fernando II de Aragón. Y ciertamente las relaciones entre dos Estados ya no pasa por los resentimientos del pasado.
El referente para esta columna –-Weltpolitik— está tomado del análisis de José Ortega y Gasset titulado España invertebradaque exploró a comienzos del siglo XX el problema histórico de las nacionalidades. Ortega caracterizó la conquista de América como una expresión alemana de la “política-mundo” o expansionismo fuera de Europa de nuevos territorios. Hoy parece que quisieran regresarnos a la política-aldea.
El reclamo que pudiera afectar la amistad entre dos naciones, dos pueblos y dos gobiernos no está claro en las explicaciones del presidente mexicano. Luego de la formalización de la independencia de la Nueva España del reino de España y la fundación de la República de México por mandato de la Constitución de 1824 hubo un acuerdo de paz entre España y México que cerró el capítulo de la conquista y que reconoció el valor del mestizaje español-azteca.
El problema que tiene México es su falta de consolidación de una interpretación sobre su vida independiente. El llamado a la independencia el 15 de septiembre de 1810 se hizo con un discurso que incluyó dos enfoques en apariencia contradictorios: los “mueras” a los gachupines –españoles explotadores que abusaban de los indígenas– y vivas a Fernando VII. La línea militar que se apoderó de la revolución de independencia, la de Agustín de Iturbide, consumó la independencia en 1821 con los Tratados de Córdoba para fundar el Imperio Mexicano, toda vez que las comunidades indígenas eran monárquicas y la colonia española también. Y en el documento oficial se establecía que la titularidad del Imperio Mexicano se le ofrecería a Fernando VII o a algún familiar, y sólo en caso de que no lo aceptaran se designaría a un mexicano como emperador. Y así fue: España no atendió la invitación e Iturbide fue el primer y único emperador mexicano durante un año, de 1822 a 1823; la república se fundó en febrero de 1824.
A lo largo de más de 200 años, el México mestizo es el que ha dominado la cultura nacional. De ser abrumadora mayoría, los indígenas representan hoy sólo el 16% de la población y apenas el 1.3% de los 130 millones de mexicanos habla el náhuatl que era el lenguaje oficial del México azteca asentado en Tenochtitlan. Antes de la llegada de los españoles, las tribus indígenas –casi todas ellas con expresiones culturales y científicas que aportaron al mundo– carecían de una identidad como naciones y menos aún conformaban un Estado-nación articulado. Las guerras entre ellas, por ejemplo, permitieron que los tlaxcaltecas se aliaran a los españoles para combatir a los aztecas.
La conquista española fue cruel y sangrienta, como todas. Pero el dato mayor es el que registra el hecho de que a lo largo de 300 años los españoles no sólo pudieron desaparecer la cultura indígena, sino que el saldo real fue una cultura mestiza. La revolución de Independencia 1810-1821 no fue indígena, aunque participaran en ella las comunidades indias. El México surgido de esa lucha ha sido una mezcla –a veces fusionada, a veces con tradiciones no mezcladas– de dos culturas.
Hay otros datos relevantes: Benito Juárez fue un indígena zapoteco que nació en el pueblo de Guelatao, en el estado de Oaxaca en el sureste mexicano, pero se educó en las instituciones españolas. Durante sus presidencias 1857-1872 fundó el Estado-nación y sentó las bases del modelo económico capitalista basado en la propiedad privada. Para ello, tuvo que desamortizar los bienes inmuebles de la iglesia católica que había acumulado terrenos y casas, pero también expropió enormes propiedades de tierras indígenas que sus dueños tenían inactivas “porque aquí estaban enterrados nuestros ancestros”. La expropiación de bienes de la iglesia y de los campesinos provocó alzamientos de los afectados, pero Juárez no vaciló en usar al ejército para reprimir. Por la forma en que el presidente indígena aplastó las protestas indígenas se habló por historiadores de una
“segunda conquista”.
La historia de México ha sido la larga lista de traiciones. Si existen algunas razones para que el presidente López Obrador exija disculpas al actual reino de España por la violencia con la que se impuso la conquista, hay un episodio que los mexicanos hemos ocultado: la conquista española fue producto de la batalla final ganada por Cortés, pero gracias a contingentes indígenas aliados al conquistador español; no hay cifras precisas , pero se habla de cuando menos 10 mil indígenas que combatieron con Cortés para vencer al imperio de Tenochtitlan que ejercía un dominio de fuerza sobre muchas tribus y les cobraba tributos. Tres grandes tribus indígenas ayudaron a Cortés: Zempoala, Tlaxcala y Cholula. Por lo tanto, habría que pedir a los pobladores de estos tres municipios actuales que pidan perdón a los indígenas mexicas por haber colaborado con el conquistador español.
No hay razones claras para explicar la demanda de López Obrador, pero hay una vigente: su propuesta de Cuarta Transformación –después de las revoluciones de Independencia, Reforma y Revolución– tiene que reescribir la historia y retrotraer el nuevo consenso político a las tribus indígenas originarias que poblaron en centro de la hoy república mexicana y rehacer el pensamiento histórico oficial priísta que comienza con la Constitución de 1624, negando la independencia que nació para crear el Imperio Mexicano y ofréceselo a Fernando VII.
Los pueblos indígenas originarios fueron sociedades tribales, cultas, teocráticas y monárquicas, sin concepto de Estado y por tanto fáciles de conquistar. En todo caso, el debate debería comenzar por analizar a las tribus indígenas que fueron corresponsables y colaboradoras de la conquista, Y, desde luego, revisar la violencia de la conquista para imponer el virreinato, pero buscando la creación de una nueva raza mestiza de fusión de sangre española del conquistador con sangre indígena del conquistado.