Este sábado se consuma el ceremonial más republicano de todos.
Y no obstante hacerse necesaria una reforma constitucional que destierre de nuestra vida institucional esa incertidumbre que cabe en la vacatio legis que media entre el primer segundo de diciembre y el momento en que rinde protesta el nuevo Presidente Constitucional, podemos decir que es un día de fiesta cívica.
Y es que los colores, los partidos, las campañas con toda su parafernalia quedan atrás y nos queda solamente una persona: el titular del poder ejecutivo.
Aunque los usos cambien sigue siendo el día del Presidente. Incluso, a partir de ahora y viendo lo movimientos, señales, decisiones y mensajes de Andrés Manuel López Obrador, me atrevo a decir que será mucho más el día del Presidente.
Y es que el tabasqueño llegó pisando fuerte.
Raymundo Riva Palacio ha dicho que el mandato de Enrique Peña terminó el día de la elección. Hay quienes piensan que su último acto de gobierno fue entregarle la presidencia a López Obrador.
Vista a la distancia y tomando en consideración que ha sido el Presidente más votado en la era democrática de México, pareciera que la elección fue mero trámite; que los temores de fraude estuvieron, a todas luces, de más.
Ningún partido con el mejor de sus candidatos hubiesen podido arrebatarle la gloria a AMLO. Parecía predestinación, designio, la consumación natural de una biografía que se comenzará escribir desde su parte final y en retrospectiva a conveniencia.
AMLO pasará a la historia oficial como un mito, como un Tlatoani republicano que, esperamos, no ceda a la tentación del mesianismo autoritario.
AMLO es el presidente más votado, más legítimo de que tengamos memoria, pero también el más esperanzador: ahí descansa su magia, en esa conexión que magistralmente hizo con un pueblo divorciado de una clase política insensible, fría, lejana, egoísta.
AMLO comparte con cada gesto el poder con los de abajo, comunica, está siempre cerca; sin tecnicismos, sin falsas poses, con la palabra precisa a flor de piel, aunque sea una palabra que cierre una idea incorrecta o ridícula.
AMLO es, ante la incredulidad de muchos, la encarnación del “pueblo”, de la “plebada”, de la “raza”, de la “banda”.
Tengo que reconocer que es el primer presidente, de quien yo tenga memoria, que voltea al sur. ¡Porque él es del sur!
Y no puedo menos, como oaxaqueño, que encenderle mi esperanza para que sea, como él dice que quiere ser, un buen Presidente.
Si la desconcentración administrativa que traería a Oaxaca la nueva Secretaría de Bienestar; si el nombramiento de nuestro paisano Adelfo Regino como Director del nuevo Instituto Nacional de Los Pueblos Indígenas; si la entrega del Bastón de Mando por parte de los 68 pueblos originarios de México y si la puesta en marcha de los trabajos del Tren Interoceánico son para que le vaya bien, de una vez por todas a Oaxaca, pues bienvenidos sean los cambios y los ceremoniales.
Creo que ha llegado la hora de guardar las banderas, de divorciarse con los prejuicios y comenzar a juzgar al aparente hombre providencial por sus acciones y obras de gobierno.
Por el bien de Oaxaca y de México, en horabuena Señor Presidente.
@MoisesMolina