Ahí está, brazos en alto, la diputada plurinominal de Morena, Marisol Gasé. Muestra oronda un letrero escrito a mano y cuya leyenda está dirigida a la perredista Olga Luz Espinosa que el 12 de noviembre argumentaba en la Cámara de Diputados en contra de las Morenistas que no avalaron más presupuesto para temas de género, ni se pronunciaron a favor de la interrupción legal del embarazo. El letrero decía: “Culera”.
Ser diputado en cualquier lugar del mundo es un privilegio y una enorme responsabilidad pública. Lo es porque cada uno de ellos o ellas como legisladores deberán ser representantes de la voluntad ciudadana que los llevó, en mayoría, a ocupar esta posición para muchos envidiable.
(Están los plurinominales que, independiente de la manera viciada cómo llegaron a ocupar la curul, tiene la misma obligación: ser representantes de la voluntad de los habitantes de su distrito.)
Esto es, que sus tareas deberán estar cimentada en los deseos y voluntades de quienes votaron por cada uno de ellos, y aunque no lo hubieran hecho, el sólo hecho de obtener la diputación les obliga a responder al interés general en su espacio de responsabilidad legislativa.
Y su tarea y obligación durante su encargo deberá ser por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos y establecer mecanismos legislativos –que son legales- para que hoy y mañana esa misma sociedad y cada uno de sus individuos, se mantengan protegidos y beneficiados por las decisiones que en su nombre se hacen ley.
La división de poderes –se entiende- permite que cada uno de estos tres poderes realice su tarea de manera independiente y sin recibir consignas o mandatos de uno a otro y por encima de los intereses nacionales.
Esto, por supuesto es lo que está en ley, en nuestra Constitución –en nuestro caso- y en las constituciones estatales... Y cuando asumen la responsabilidad rinden juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución “y las leyes que de ella emanen”. Sí, pero no:
Lo que vemos hoy mismo es el aberrante sometimiento de las mayorías que componen el poder Legislativo al poder Ejecutivo; como poder supremo; como poder magno que extiende el dedo flamígero para decidir vida o no de cada uno de los políticos que ocupan posiciones en los otros dos poderes. El poder supremo es, entonces, el poder Ejecutivo... ¿por qué?
Porque es el que tiene dentro de sus atribuciones la ejecución de lo que le ordena cada uno de los otros dos poderes, porque es él el que maneja el presupuesto nacional, el que decide políticas públicas, las políticas de gobierno; porque es el que decide desde su enorme poder quién habrá de ser diputado de su partido y quién no, habida cuenta de que el poder en el gobierno y su partido asumen como mayoría en estos momentos de México...aunque perdieron la mayoría calificada en las elecciones de junio de 2020.
De ahí que ese sometimiento, hoy mismo y sobre todo de los diputados de Morena al poder Ejecutivo resulte en un verdadero absurdo y hasta el ridículo. Obedecer a ciegas parece ser su consigna. Salvar el pellejo político y hacer elogio del poder supremo –Ejecutivo- es parte de su consigna: no la de representar a los ciudadanos que votaron por ellos o ellas. No su bienestar. No su mejor vida.
Y no. No es sólo de hoy. En el pasado ha sido así. Un partido hegemónico (PRI) gobernó a México por muchos años y un congreso federal y los estatales le obedecían y sumían la cabeza en el pecho en obediencia al mandato supremo. En la transición panista igual.
Pero eso mismo que había sido esa tergiversación de lo político y del valor de cada uno de los poderes tenía que terminar. Y se prometió que durante este gobierno 4-T, “las cosas ya no serán igual que antes; ya no somos lo mismo; ya se acabó el modo neoliberal de hacer las cosas; se terminó el conservadurismo y las malas costumbres...”, etcétera. Por eso se votó. Para cambiar las cosas aberrantes. Pero no, no y no.
Ahí están ellos en su mayoría obediente. Los vemos en la decisión de votar presupuestos o quitar presupuestos en venganza a instituciones, votar leyes erráticas y sin sentido, de votar anulaciones de fideicomisos necesarios; votan también para favorecer los caprichos supremos, y aunque ellos saben que son caprichos, votan-votan-votan a favor de lo que la consigna suprema les indica...
Y convierten el recinto Legislativo en salón de fiestas para cantar las Mañanitas y celebrar a distancia al presidente en su cumpleaños; para la foto, para quedar bien, para que los vea él, para que existan, para sentirse completos en su ignominia.
Para eso está ahí el diputado Morenista-poblano Ignacio Moisés Mier Velazco, presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados; defensor a ultranza de los mandatos del Ejecutivo quien conduce a sus legisladores Morenistas, en tropel, para ‘obedece y callar’ como ordenara desde el Palacio Virreinal el Marqués de Croix, virrey que fuera en la Nueva España durante el despotismo ilustrado del siglo XVIII.
La oposición desarticulada apenas atisba respuestas y exigencias. Pero tiene una carta bajo la manga: el obedecer el mandato supremo de la ciudadanía en el caso de reformas constitucionales que atenten al interés nacional. Esa será su grandeza o su fin: depende de sus propias decisiones. Alejandro Moreno, “Alito”, sabrá que la dignidad conlleva a la grandeza.
Mientras tanto ahí queda como evidencia del sometimiento, de la sinrazón, de la falta de argumentos y de la falta de respeto a su propia investidura y a los mexicanos: Marisol Gasé y su letrero escrito a mano: “Culera”, con el que pasará a la historia del poder Legislativo.