Después del triunfo electoral, la tarea del partido o coalición ganadora debe enfocarse en la planeación del gobierno. Para ello, es indispensable distinguir entre campaña electoral y transición de gobierno. Los ánimos no son los mismos y las expectativas han cambiado. Mientras que en campaña se refuerzan las pasiones para movilizar el voto de militantes y simpatizantes, en el periodo de transición debe reflexionarse sobre los temas que están en la agenda pública y trabajarlos con seriedad. La llamada Cuarta Transformación (4T) encabezada por Andrés Manuel López Obrador está derrochando, muy pronto, el capital político que lo llevó a ganar con el 53% de la votación emitida el pasado primero de julio. Está visto que ganar por abrumadora mayoría no significa encabezar un buen gobierno. Otra vez, la campaña electoral no es la conformación de un gobierno ni el establecimiento de los objetivos y metas que se quieren cumplir.
El nuevo partido en el poder, Morena, tiene de su lado una abrumadora mayoría legislativa para impulsar los cambios que proponga el nuevo presidente de México, pero conviene preguntarse, ¿qué tipo de cambios? El tema del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México está provocando una división insana entre los mexicanos. Nadie duda de la necesidad de contar con un nuevo puerto aéreo para cubrir la creciente demanda de conectividad de los mexicanos con el mundo. Pero el presidente y su equipo han insistido en que la opción de edificarlo en Texcoco, que por cierto lleva 30% de avance, no es la adecuada por su sobrecosto (no probado) y por su impacto ambiental (discutible). En contraste, proponen edificar dos pistas en la base militar de Santa Lucía, en el Estado de México, y mantener el funcionamiento actual del aeropuerto Benito Juárez. No solo impulsan la idea de cancelar la construcción actual sino que quieren llevarla a una consulta nacional sin ningún criterio técnico, en la que fácilmente puede ganar un NO al NAICM en Texcoco porque las mesas de consulta serían organizadas por militantes de Morena.
Pero si de fijar prioridades se trata, qué decir del “Tren Maya”, el cual según su Proyecto de Nación difundido en campaña consiste en una “vía ferroviaria para un tren de mediana velocidad que comunique efectiva y rápidamente varias ciudades muy importantes de la cultura maya en el sur de la península de Yucatán”, la cita es del artículo que escribió al respecto Guillermo Sheridan en El Universal (19/12/2017). El famoso tren iría de Cancún a Palenque, 830 kilómetros, supuestamente para detonar el potencial de la región Sureste del país. Según aquel documento, el proyecto es sencillo: se invierten 64 mil 900 millones de pesos en trenes, estaciones y vías y las zonas arqueológicas y reservas naturales de la biósfera se convertirán en una suerte de destino turístico sustentable como Machu-Pichu en Perú. En la lógica de la 4T este proyecto es lógico pero el del NAICM es ilógico. El primero es costeable y prioritario pero el segundo es un agujero negro de la corrupción y no considera el bien mayor para el pueblo de México. El primero concluye en Palenque para detonar su prosperidad (actualmente recibe algo así como medio millón de turistas al año); sin embargo, el segundo puede sortearse con dos pistas desde las que despeguen y aterricen vuelos procedentes de tres continentes.
Además de la simpleza argumentativa de los documentos de la 4T, hay que añadir la posición del nuevo presidente de México cuando se le cuestiona por algunas decisiones. Es ilustrativo lo que sucedió hace algunos días en San Luis Potosí; cuando estaba reunido con sus seguidores, AMLO ratificó a Gabino Morales como su delegado en esa entidad. Ante las rechiflas y abucheos de los asistentes al mitin, el presidente electo lanzó un: “No me importa”, seguido de: “Yo soy libre, como ustedes también lo son”. Ver a un mandatario que se hizo en las plazas públicas peleando con su auditorio por una de sus decisiones es una advertencia de lo que podría suceder durante los próximos años de su gobierno. Ya no es difícil imaginárselo en cada retraso de los aviones comerciales que vaya a tomar debatiendo con los pasajeros acerca de cualquier tema mientras las prioridades del país se le van de las manos. “No más politiquerías, la patria es primero” se convertirá en su salida favorita cada que se le cuestione por una de sus decisiones.
Por cierto, que no se ha cansado el presidente electo de usar el adjetivo de “fifí” para descalificar a la prensa crítica de su actuación. Bajo esta palabra ha tildado a quienes se atreven a cuestionarlo. La publicitada boda de uno de sus colaboradores más cercanos, César Yáñez, que fue primera plana de la revista Hola, no es un error del presidente porque él no se casó. Esta es la justificación que ofrece AMLO y no comprenderla equivale a hacerle el juego sucio a quienes quieren que su gobierno fracase. Probablemente el principal error de la 4T es que no hay un principio de autocrítica detrás de la transición. No hay una actitud de próximo gobierno sino de candidatos en campaña. Un juego en el que éstos no pueden equivocarse porque defienden la idea de hacer todo por el pueblo aunque hoy tengamos representantes populares como Sergio Mayer y Ernesto D’Alessio que no proceden precisamente de las capas más bajas de la sociedad mexicana. Estos artistas hoy presiden las Comisiones de Cultura y Cinematografía y Juventud y Deporte, respectivamente, de la Cámara de Diputados. Antes para AMLO Televisa era el enemigo, hoy quienes fueron sus estrellas son protagonistas de la 4T.
En esta época de transición también caben Cipriano Charrez, un influyente diputado federal de Morena que puede salir impune de un accidente en el que un joven fue calcinado porque según él no iba manejando, u otro diputado de nombre Manuel Huerta, famoso por quedarse dormido en las sesiones legislativas y que culpa a la “marea alcalina que uno come”. La 4T no es la Independencia ni la Reforma ni la Revolución. Los morenistas no deberían aprovecharse de nuestra historia para justificar sus desaciertos e incompetencia.