El día de ayer fue un día maravilloso. Maravilloso no lo sólo por la noticia que recibí, sino, principalmente, por el entendimiento que pude tener de todas las revelaciones, a través de signos, que sucedieron previamente a recibir esa noticia. La base de esas revelaciones es sobre lo que escribo hoy: la misericordia de Dios es real, y es ante todo, para el pecador.
Este día, en todos los rincones del mundo donde existe la Iglesia católica, celebramos una hermosa fiesta litúrgica llamada Fiesta de la Divina Misericordia.
Esta fiesta tiene su origen en diversas revelaciones que Jesús le hizo a una religiosa polaca llamada Helena Kowalska, mejor conocida como Santa María Faustina Kowalska, la Apóstol de la Divina Misericordia.
Las revelaciones a Santa Faustina, que empezaron a suceder en 1931 en el convento de Plock, han sido objeto de innumerables interpretaciones y estudios, pero lo más hermoso es que todas fueron escritas por la misma Faustina en un diario, de más de 600 páginas, que está disponible para toda la humanidad.
Cientos fueron esas relevaciones, pero en esta ocasión, vale la pena mencionar algunas en específico que nos deben llamar la atención en medio de la crisis, tanto de salud, como económica, por la que pasa el mundo:
“La humanidad no tendrá paz hasta que se vuelva con confianza a Mi Misericordia”. (Diario, 300).
En este segundo Domingo de Pascua, en el evangelio de Juan 20, 19-31, escuchamos siete palabras clave: miedo, el que tenían los discípulos resguardados en las casas por temor a los judíos; paz, cuando Jesús les repite durante sus apariciones, tres veces: “La Paz sea con ustedes”; Espíritu Santo, cuando Jesús sopla sobre ellos y les dice: “reciban el Espíritu Santo”; pecado y perdón, cuando Jesús les dice: “a los que les perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedan sin perdonar”; y duda y fe, cuando Jesús le dice a Tomás: “trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”.
La fiesta litúrgica de la Divina Misericordia debiera incitarnos a reflexionar sobre qué lado del evangelio nos encontramos parados en este momento de la crisis: ¿del lado del miedo, del pecado y de las dudas? O ¿del lado de la paz, del Espíritu Santo, del perdón y de la fe?
Santa Faustina es contundente en su revelación al dejar claro que no existirá paz sino es a través de la Misericordia de Dios, pero la Misericordia de Dios se basa, precisamente, en el pecado, pues sin pecadores no habría necesidad de que Dios volteara hacia nosotros.
Pese a todo esto, muchas personas tienen la firme esperanza que después de la crisis que vivimos, todo regresará a la “normalidad”. Yo pregunto ¿Cuál es esa normalidad de nuestras vidas?
Al respecto, durante la homilía celebrada en la basílica de San Pedro, el Papa Francisco nos dio una pista: el riesgo después de esta pandemia es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente.
¿Es esa la normalidad a la que queremos regresar? La normalidad donde Dios es inexistente, donde la paz la da el dinero que poseemos en una cuenta bancaria, donde el pedir perdón es un mal hábito y la fe queda reservada para tiempos de bonanza.
Otras revelaciones de Santa Faustina fueron estas:
“El que se niega a pasar por la puerta de mi Misericordia debe pasar por la puerta de mi justicia...” (Diario 1146)
“Cuanto mayor es el pecador, mayor es el derecho que tiene a mi Misericordia. Mi Misericordia se confirma en toda obra de Mis manos. El que confía en mi Misericordia no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y sus enemigos serán destrozados en la base de mi escabel”. (Diario 723).
En medio de la situación que vivimos todos los mexicanos y el mundo en general, las revelaciones de Santa Faustina y las reflexiones que en estos días ha hecho el Papa Francisco cobran sentido y nos incitan a preguntarnos: ¿Cómo estoy respondiendo ante esta crisis?
Dice San Agustín que “las revelaciones son dadas para corregir las costumbres…”
Santa Faustina es una vidente reconocida por la Iglesia Católica que nos ha servido como guía para entender verdades reveladas por Dios para ir corrigiendo esas costumbres, en este caso, sobre la cercanía que debemos tener a Dios para rectificar el camino.
Esta crisis, causada por el coronavirus, no nace en un mundo perfecto, libre del pecado, sino todo lo contrario, esclavizado al pecado. Nace en medio de un mundo que permanecía imperturbable y se creía sano frente a una evidente enfermedad humana, la del egoísmo, del materialismo, la del olvido de los de abajo, los “otros”, los enemigos.
Es por ello que es importante estar atentos a los signos, a las señales, que se nos presentan, no sólo a través de grandes testimonios de fe como lo fue Santa Faustina, sino también a través de señales que vivimos en nuestra intimidad, en la oración, en la comprensión de la palabra de Dios y en el análisis de los problemas que nos acontecen y eso, en este caso, fue lo que me sucedió.
Hoy el Papa Francisco, narraba: “en otra ocasión, Santa Faustina le dijo a Jesús con satisfacción que le había ofrecido toda su vida, todo lo que tenía, pero la respuesta de Jesús la desconcertó: Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo ¿qué cosa había retenido para sí aquella santa religiosa? Jesús le dijo, hija, dame tu miseria.
¿Le he entregado mi miseria al Señor? ¿Le he mostrado mis caídas para que me levante? ¿O hay algo que todavía me guardo dentro? ¿Un pecado, un remordimiento del pasado? ¿Una herida en mi interior? ¿Un rencor hacia alguien? ¿Una idea sobre una persona determinada?”
Así pues, en medio de esta crisis económica y de salud, es un buen momento para que reconozcamos que todo lo que tenemos en nuestra vida son miserias, pero que al final, son lo único que le podemos entregar a Dios.
Amén.
Jorge Luis Díaz