Donald Trump no quiere inmigrantes ilegales en Estados Unidos. Es lo que vendió al electorado durante la campaña. Y ya instalado en la Casa Blanca ordenó que se iniciara una verdadera persecución de indocumentados, con redadas sorpresa por todo el país para arrestarlos y deportarlos. Ahora, The New York Times revela que la mujer que le prepara la cama en su exclusivo club de golf en Bedminster (Nueva Jersey) no es residente legal. Y no estaba sola cuando fue contratada.
La historia se centra en dos mujeres. La primera se llama Victorina Morales. Empezó a trabajar hace más de cinco años como asistenta en la propiedad que la organización Trump opera en Nueva Jersey, a una hora en coche desde la ciudad de Nueva York. Ahí es donde el magnate hacía sus escapadas desde Manhattan antes de que fuera elegido presidente. Ahora se considera su residencia de veraneo. Le ha limpiado su retrete y desempolvado su colección de trofeos.
De acuerdo con el relato que hace al rotativo, Morales cruzó ilegalmente la frontera hace dos décadas por California tras viajar desde Guatemala. Fue contratada para trabajar en la propiedad en 2013. El pasado verano recibió un certificado especial de la Casa Blanca en reconocimiento a la labor de apoyo que estaba dando a las visitas del presidente. El club está cerrando al público durante el invierno para preservar el césped, pero el personal de mantenimiento sigue trabajando.
Los documentos que entregó cuando solicitó el empleo eran falsos. No hay constancia, por tanto, de que Trump supiera sobre su verdadera situación migratoria y dos supervisores del club, cuenta al rotativo, la encubrieron para que conservara el puesto. Tampoco era la única ilegal en el que equipo que se dedica a mantener el exclusivo complejo. El reportaje cita también a la costarricense Sandra Díaz, que trabajó entre 2010 y 2013. Ella está ya regularizada.
La Casa Blanca no hizo comentarios al reportaje del Times. Tampoco la organización Trump, que se limita a decir que sus propiedades cuentan con decenas de miles de empleados y que sus gestores siguen “prácticas de contratación muy estrictas”. “Si un empleado entrega documentación falsa en una intento por evitar la ley”, advierte la compañía, “serán despedidos de inmediato”.
El Trump candidato alardeó, además, durante la apertura de su controvertido hotel en Washington que su compañía utilizaba un sistema de verificación electrónica de los empleados para garantizar que toda la documentación estaba en regla. “No tenemos un solo inmigrante ilegal”, dijo entonces. En el momento de publicarse el reportaje, Morales seguía en nómina del club de golf en Bedminster.
Humillación y abusos
En el reportaje se cuenta que la guatemalteca estuvo en la residencia del ya presidente electo cuando entrevistaba a los que iba a ser los miembros de su gabinete. “Nunca imaginé, como inmigrante, que vería a gente tan importante así de cerca”, afirma. Pero al mismo tiempo se sintió dolida y humillada por los comentarios públicos que hizo comparando a gente como ella con criminales violentos.
También por el trato que recibía por parte de un supervisor que conocía su situación, que califica de abusivo. “Estamos cansados de los insultos”, lamenta. Morales sabe que pude ser despedida e incluso deportada por haber dado el paso al frente al contar su historia. Acudió al Times por iniciativa propia. Contrató ya a un abogado que está cursando una solicitud de asilo y está planteándose, en paralelo, presentar una demanda por discriminación y abuso laboral.
Tanto Morales como Díaz aseguran que el presidente era amable con ellas y echaba mano de la cartera para darles generosas propinas en agradecimiento por su trabajo. Aunque también señalan que es una persona exigente y extremadamente meticulosa. Se estima que hay ocho millones de inmigrantes ilegales en el mercado laboral de EE UU. Se concentran especialmente en el sector servicios y de la construcción, dos en los que opera la organización Trump.
Morales cuenta que entre los empleados cundió el pánico cuando el hoy presidente anunció su candidatura a las presidenciales. El motivo del temor: su agresiva retórica contra la migración. A muchos les recortaron las jornadas de trabajo y otros se fueron. Una vez que tomó posesión, recibieron un nuevo manual en el que se citaba expresamente que los debían certificar que eran residentes legales. “¿Cómo no se dieron cuenta?”, se pregunta, “sabe que no hablamos inglés”.
El País