La elegante mujer entró nerviosa en el Museo de América, en Madrid, para reunirse con los expertos. Portaba una bolsa en cuyo interior guardaba una supuesta máscara de piedra prehispánica. Quería contrastar que no se trababa de una falsificación. Los especialistas examinaron aquel objeto con máximo cuidado. Pasó todas las pruebas técnicas de laboratorio y contraste a la perfección, incluida la llamada de “doble taladro” y que solo los más avezados conocen. Quizás todo era demasiado perfecto. Algo no cuadraba. Reclamaron a la mujer que les mostrase el certificado de autenticidad. Perfecto. Demasiado otra vez. Hasta que uno de los técnicos hizo una última comprobación. Una etiqueta antigua, adherida en el dorso de la pieza, señalaba el sitio y fecha en que había sido extraída, pero al escribirla los falsificadores habían cometido un error: estaba fechada varios años antes que se descubriese el yacimiento. La mujer comenzó a llorar amargamente. Había pagado 50.000 euros por una falsificación inmejorable. Su caso es similar al de otros tantos estafados. Los expertos españoles del Museo de América, de la Policía y de EE. UU. consideran que más del 90% del arte precolombino que se vende en el mercado nacional e internacional es fraudulento.
Los expertos del Museo de América sostienen que un alto porcentaje del arte prehispánico que se vende procede de falsificaciones. “Si se compra en Internet este tipo de piezas, las posibilidades de que no sean auténticas se elevan por encima del 99%”, señalan. “Existe una red de falsificadores, que suele estar en manos de los carteles de la droga, que inunda el mundo. Saben que con una mínima inversión se pueden alcanzar precios increíbles, aunque manifiestamente sean falsas a ojos de un especialista”. La Federación Española de Anticuarios, por su parte, rehúsa hacer declaraciones y remite a los expertos del museo nacional.
Los especialistas ponen como ejemplo de estos engaños unas pequeñas piezas de oro -muy de moda actualmente entre los compradores- fabricadas con una aleación llamada tumbaga, una mezcla de oro y cobre. Proceden de Colombia en su mayor parte y muestran escenas que incluso no se reproducían en la etapa prehispánica, como mujeres tumbadas pariendo. Se pagan por ellas entre 150 y 5.000 euros, a pesar de que su valor es solo el metal con el que fueron hechas.
De todas formas, las mafias que manejan el mundo de las falsificaciones también “roban piezas originales de museos y edificios religiosos de América Latina”, tal y como denuncia el Consejo Internacional de Museos (ICOM). Este organismo de defensa del patrimonio ha elaborado una Lista roja de bienes culturales latinoamericanos en peligro donde explica que “los objetos se sustraen inescrupulosamente de su contexto histórico para satisfacer la creciente demanda internacional de antigüedades”. El ICOM ha establecido 25 categorías de piezas “que son sistemáticamente saqueadas” por “una demanda considerable en el mercado ilegal”. Entre las joyas precolombinas robadas, detalla los siguientes grupos: vasijas polícromas mayas, urnas amazónicas, vasijas moche, figuras nayarit, figuras Jama-Coaque, máscaras teotihuacanas (como la que la mujer llevó al Museo de América) o figurillas olmecas.
En 2012, la Policía Judicial recibió una curiosa llamada de la comisaría de Pozuelo de Alarcón (Madrid). Una vecina denunció que su esposo, un coleccionista de arte precolombino, había fallecido y en una habitación de la vivienda descubrió cientos de huacos (vasijas prehispánicas con formas antropomórficas) que había acumulado durante años. Los agentes y los expertos del Museo de América examinaron 22 cajas repletas con las figuras. Solo 12 ejemplares eran auténticos.
Los especialistas reconocen la dificultad que existe para determinar si un objeto prehispánico es o no una falsificación. Utilizan fundamentalmente la documentación que debe acompañar a cada una de estas piezas, pero admiten que esta también se viene falsificando desde el siglo XIX. Las pruebas de termoluminiscencia no resultan fiables dado que los falsificadores combinan trozos verdaderos con otros falsos en sus recreaciones.
La técnica, a grandes rasgos, sería la siguiente en el caso de un cuenco: se toman pequeños trozos de restos arqueológicos de la época elegida y se mezclan con tierras arcillosas de un yacimiento para dar forma a la vasija que se desea imitar. Luego, se recubre con una finísima capa de material cerámico para dotarla del aspecto exacto que se desea. Cuando la pequeña broca del laboratorio se introduce en el objeto para extraer la muestra, se topa con la cerámica introducida en el interior. La datación concuerda con lo que la documentación, también falsificada. “Es lo que técnicamente se conoce como falso maridaje o pastiche, por lo que estas comprobaciones tampoco nos resultan válidas”, indican desde el Museo de América.
En el municipio de San Isidro (Ecuador) se llevan a cabo muchas de las adulteraciones relativas a figuras prehispánicas. Los estafadores usan otra técnica. Reciben pedazos de estatuillas originales destrozadas o dañadas y montan con ellos otras unas nuevas. “Hemos estado en estos talleres e impresiona. Tienen piernas, brazos, cuerpos y cabezas en cajitas para montar las figuras”, reconocen fuentes de la investigación. “Arman las figurillas como si fueran el profesor Frankenstein. Algunas piezas empleadas en el ensamblaje son auténticas, otras burdas falsificaciones. Al final, es sumamente complicado discernir lo cierto de lo falso, porque son auténticas obras de arte del montaje”.
Entre los compradores de arte prehispánico se valoran mucho las piezas procedentes de San Isidro. “Creen que allí todas son auténticas y, precisamente, es donde más las imitan”, sostienen desde el Museo de América, en cuyos almacenes se guardan 25.000 piezas reales, de las que solo se exponen el 10%. “¿Todas son auténticas?”. “Sí. Bueno, alguna nos habrán colado”, bromean.
UNA FAMILIA DE FALSIFICADORES
El interés por el arte precolombino comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, lo que propició la creación de los primeros talleres de falsificación. Fue en Antioquía (Colombia) donde surgió el escándalo más sonado, según recoge la web Banrepcultural, la red cultural de Banco de la República de Colombia.
Un empresario llamado Leocadio Arango (1831-1918) comenzó a formar su colección de cerámica y oro. Tantas piezas acumuló que terminó creando el Museo don Leocadio. Contaba con 256 piezas de oro y 2.600 de cerámica de culturas indígenas, 160 objetos de piedra, 290 naves embalsamadas…
Viajeros de toda Europa visitaban la exposición y salían asombrados tras contemplarla, pero se descubrió que la mayor parte de las colecciones habían sido falsificadas por un amigo de Arando, Julián Alzate, que se dio cuenta de la gran ignorancia de los expertos. “Organizó”, dice Banrepcultural, “una industria familiar muy lucrativa que perduró dos generaciones”. A cada pieza se le asignaba un lugar de excavación ficticio y se la untaba de barro fresco”. En la trampa cayeron muchos museos, coleccionistas y expertos de fama internacional. Todos comparaban las piezas por la seguridad que les daba que procedían del Museo de Don Leocadio.
El engaño no fue descubierto hasta 1912 en el Primer Congreso Internacional de Etnología y Etnografía, pero, finalmente, se seguían adquiriendo las piezas aun sabiendo que eran falsas.. “La obra de los Alzate empezó a ser considerada como arte muy apreciado”. Numerosas piezas se guardan hoy en día en la Universidad de Antioquía y en el Museo del Oro del Banco de la República.
El País