El anuncio oficial, ante los medios y el Parlamento, de la salida de Boris Johnson como primer ministro de Gran Bretaña, en fecha aún por definir, representa no sólo un repliegue de la derecha conservadora en ese país, e indirectamente en el conglomerado de naciones agrupadas en la Commonwealt, sino también un reacomodo de las fuerzas políticas en Europa, en favor de tendencias más serias, progresistas y abiertas.
Se trata del último capítulo de un gobierno que formalizó, con tácticas mediáticas cuestionadas, la exclusión de la Unión Europea de dicha nación –el llamado Brexit–, proceso iniciado en junio de 2016 y culminado en diciembre de 2020, minando la estabilidad financiera, la economía real, las opciones de futuro y la propia identidad europea del que fuera referente obligado de Occidente, así como el mayor imperio del siglo XIX.
Desde el principio, Boris Johnson forjó su carrera con la estridencia mediática y los desapegos deliberados de la realidad objetiva, las realidades paralelas con efectos perniciosos objetivos, como la afirmación falsa, al frente de la campaña pro Brexit, de que Gran Bretaña enviaba 350 millones de libras semanales a la Unión Europea, dinero que, dijo, podía ser invertido en servicios médicos nacionales.
Información inexacta, como muchas más, que incidieron en el ánimo de los electores en aquel referendo histórico, por sorpresivo: contra lo que vaticinaban los estudios de opinión, incluidas las encuestas de salida, triunfó
la opción conservadora, visceral y xenófoba, un chovinismo excluyente: el rechazo al libre tránsito de personas dentro del territorio europeo, turistas, trabajadores y estudiantes, y sobre todo el repudio a la inmigración de otras culturas a las que sectores derechistas acusan de todos los males de Gran Bretaña.
Ya con esos activos políticos
de una trayectoria cuestionada, se hizo del poder y encabezó un gobierno sin coordenadas, buscando sólo el impacto cortoplacista de sus declaraciones y medidas de política pública, hasta llevar a su país a un innecesario aislamiento del bloque europeo, decisión irracional y sorpresiva de la que se arrepintieron un día después un alto porcentaje de electores, uno de cada cinco que se inclinaron por esa opción y muchos más con el paso de los meses, una vez que aquilataron y dimensionaron las consecuencias de mediano y largo plazos.
Para empezar, la Bolsa de Valores de ese país y los principales mercados de valores del mundo de Europa, Asia y América retrocedieron, igual que la libra esterlina, que sufrió la mayor caída en 30 años. Asimismo, la agencia Standard & Poor’s bajó drásticamente la calificación crediticia de Gran Bretaña.
El Brexit será la impronta negativa de su gobierno, pero los desaciertos no se limitaron a esa controvertida decisión plebiscitaria alentada desde la derecha.
En materia económica, a raíz del propio aislamiento y de los efectos de la pandemia del covid-19 (efectos negativos acrecentados por un mal tratamiento desde el gobierno), la inflación alcanzó los dos dígitos y es una de las mayores de Europa: se prevé que alcanzará 11 por ciento este otoño, a medida que se eleva aún más el precio de la energía, por lo que para los expertos en la materia Reino Unido se encamina a una nueva recesión.
En este contexto, ese país, en otro momento líder en crecimiento económico y estabilidad laboral, enfrenta la amenaza de múltiples huelgas de trabajadores de diferentes sectores, como el servicio de trenes –que paralizó el país–, porque los aumentos salariales no reflejan el encarecimiento de la vida. En el caso de la red ferroviaria, los empleados exigen incrementos salariales de 7 por ciento para compensar la inflación, además de cero despidos durante la modernización de este servicio.
También han parado los trabajadores del Metro de Londres, mientras otros sectores, como el gremio de los maestros, han anunciado que se sumarán a un cese de actividades si el gobierno no toma medidas más drásticas que ayuden a la economía familiar, luego de un incremento de impuestos al salario, que ha erosionado aún más el poder adquisitivo de los trabajadores.
En materia política, quien asuma el próximo gobierno tendrá que lidiar con el rechazo de Johnson al protocolo que se había negociado con Europa para mantener, después del Brexit, una frontera abierta e invisible entre Irlanda, integrante de la Unión Europea, e Irlanda del Norte, que ocupa parte de la isla y no es parte de ese conglomerado. Un rechazo incompatible con el derecho internacional, que podría derivar en una nueva espiral de la violencia fratricida en Irlanda.
El comportamiento personal del jefe de gobierno durante la pandemia, violando los protocolos, y la dimisión masiva de los miembros de su gabinete en las últimas semanas, instando a Johnson a renunciar, fueron sólo las causas mediáticamente visibles de su desgaste político.
Las causas de fondo: un gobierno que aisló a Gran Bretaña, socavó la economía y afectó drásticamente el ingreso y la calidad de vida de la clase trabajadora.
*Presidente de la Fundación Colosio