Iberoamérica, sin rumbo ni destino: Carlos Ramírez

no me veras

Quizá lo que ocurre en Cuba sea la mejor imagen del deterioro del destino de Iberoamérica, una región estratégica que a nadie parece importarle y cuyos gobiernos locales no parecen percatarse de la profundidad de la crisis de sistema/régimen/Estado/sociedad.

De 1959 a 1971 Cuba fue el símbolo de la rebeldía social contra la pobreza y de la viabilidad del modelo socialista en una sociedad subdesarrollada. Hoy la población cubana se hunde en la pauperización generalizada por falta de un modelo de generación y distribución de riqueza y el gobierno comunista se aferra a su esquema ideológico, pero acaba de permitir la privatización de las actividades productivas.

El fracaso del modelo cubano se percibe en lo más obvio: el Estado ya no puede proveer el bienestar, está deslindándose de subsidios y pasándole el costo a la población, pero no quiere reconocer que el socialismo de Estado definido por Fidel Castro ya naufragó. Y que mantenerlo en lo ideológico y simbólico va a seguir hundiendo a los cubanos en la desesperanza.

En otras naciones de Iberoamérica se ha encontrado una salida lateral al conflicto de los modelos ideológicos: el populismo como capitalismos sociales oximorónicos de Estado –mezcla muy rara-, algunos de ellos tan autoritarios y dinásticos como Nicaragua o tan colapsados como Venezuela o ya idealizados como Brasil.

El problema grave radica en el hecho de que las economías iberoamericanas no son socialistas, tampoco capitalistas y los populismos sólo sirven para mantener en el poder a oligarquías ideológicas que explotan las necesidades de la gente. En Ecuador el presidente Correa fue perseguido por

corrupto, la derecha no supo ofrecer una opción y ahora el correísmo regresa por lo que queda de poder. En Bolivia depusieron al populista Evo Morales, pero en nuevas elecciones ganaron los evoístas populistas. En México regresó el populismo de Estado, pero sin poder cambiar el escenario de un PIB promedio anual de 2% en el largo plazo.

Cuba se enfila hacia una catástrofe social sin precedente. Ya no hay posibilidad siquiera del racionamiento de alimentos básicos como una especie de socialización de la pobreza. La peor herencia de Fidel Castro fue la caracterización de “irrevocable” del socialismo como “sistema político y social revolucionario” que se define en el párrafo tercero del artículo 3 de la Constitución: el socialismo “es irrevocable y Cuba jamás regresará al capitalismo”.

Lo malo es que Cuba vive el peor de los capitalismos: el mercado pervertido por el Estado, con empresas privadas minoritarias perseguidas por el Estado, pero sin que la economía socialista pueda proveer siquiera de los bienes y servicios indispensables.

Y lo más grave para los cubanos es el efecto psicológico de su condición: la mentalidad del resentimiento contra los explotadores capitalistas del pasado, pero también el reclamo a la ineficacia de los socialistas gobernantes. Los turistas que han llegado a Cuba se han encontrado con una sociedad deprimida, sin horizontes.

Los populismos han sido salidas falsas al dilema de las economías privadas o públicas. Pero a cambio la economía de mercado no ha sabido dinamizar su papel productor y distribuidor de la riqueza. Las cifras de desigualdad social entre clases se han ido ampliando, como lo revelan las cifras de la CEPAL. Los datos de México pueden ejemplificar: el 80% de los mexicanos vive con una a cinco restricciones sociales y sólo el 20% es población sin carencias sociales. En otros países de la región la polarización es mayor y puede llegar a una disparidad 90/10.

Los debates políticos e intelectuales siguen estancados en el pasado ideológico. Pero ni socialismo ni comunismo han dado resultados reales de bienestar mayoritario. Los populismos aparecen como un placebo de los viejos socialismos idealistas y los capitalismos juran preocupaciones sociales que las estructuras de distribución de la riqueza no compaginan. El debate socialismo/comunismo debió de haberse cancelado en 1991 con el fin histórico de la Unión Soviética, pero los liderazgos políticos populistas siguen alimentando las falas expectativas sociales.

Cuba es una pieza dramática del museo de la vieja pugna ideológica que marcó el siglo XX. Raúl Castro, como el Patriarca de la novela de Gabriel García Márquez, se pasea solo por su palacio espantando zopilotes o gallinazos, esas aves de rapiña que vuelan en círculos sobre zonas mortales, mientras el pueblo ha desaparecido a su alrededor.

Los desplazados por la pobreza y la violencia de Centroamérica, por ejemplo, han marchado rumbo a EE. UU. en busca del suelo de bienestar que sus gobiernos y sistemas político-productivos no les conceden, pero al final los que llegan a instalarse siguen padeciendo racismo, marginación y pobreza.

Iberoamérica necesita de un pensamiento económico, social y político nuevo que busque respuestas a sus polarizaciones sociales y que genere nuevas formas de convivencia política. Lo malo, sin embargo, es que sus liderazgos han encontrado en el populismo la forma de extender, más allá de la racionalidad social, los sueños de bienestar de sus sociedades.

Cuba fue una expectativa; hoy es una pesadilla ideológica. E Iberoamérica se enfila hacia allá.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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