El fin histórico de la cuba castrista y un futuro incierto: Carlos Ramírez

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Sea cual sea la respuesta del gobierno cubano a la movilización popular libertaria convocada para el 15 de noviembre en todo el país caribeño, el mundo asiste al principio del fin de la dictadura comunista castrista instaurada desde 1959.

La revolución cubana fue ideologizada como una revuelta popular para derrocar una dictadura y erigir una democracia popular no comunista. Sin embargo, el gobierno cubano convirtió la revolución en otra dictadura comunista autoritaria y militar.

Lo qué falló no fue la revolución misma ni el entusiasmo popular, sino la personalización de esa movilización de la guerrilla en Sierra Maestra en la figura dominante y centralizadora del comandante Fidel Castro Ruz. Las promesas de la revolución no pudieron convertirse en gestión de gobierno; en el largo período de 1959 a su muerte en 2016, el comandante Fidel fue todo en Cuba: pueblo, gobierno y dictadura.

Los últimos cinco años de Cuba han visto la desarticulación del proyecto personal de Fidel y la incapacidad del liderazgo de su hermano Raúl, quien asumió el poder absoluto en 2016 y lo cedió de manera formal en 2021 al renunciar a la presidencia del Partido Comunista, pero en todo ese tiempo Cuba reforzó su estructura como dictadura militar bajo el dominio del represivo puño de Raúl.

Las protestas populares y juveniles de julio pasado fueron mal interpretadas en la cúpula del poder: no se trató de una contrarrevolución conservadora, sino de una rebelión contra el autoritarismo absolutista que los cubanos viven desde 1959. Cuando menos dos generaciones han vivido bajo las reglas de una dictadura estatista que no ha sabido administrar la economía y por lo tanto tampoco construir el bienestar. A lo largo de sesenta y dos años, la configuración social de Cuba se centralizó en el papel dominante del Estado y del Partido Comunista en la vida cotidiana y familiar. Pero al mismo tiempo, el castrismo construyó una mentalidad estatista y no social en los habitantes y es la hora en que el castrismo cubano sigue funcionando como pensamiento sociológico, ya no solo como ideología.

La reacción del gobierno cubano a las protestas de julio fue policiaca y desdeñó cualquier esfuerzo de interpretación política, inclusive desde el materialismo dialéctico, sobre las razones de las movilizaciones populares sin liderazgo. Ahí, en la ausencia de una élite contrarrevolucionaria, se encuentra el fermento de un hartazgo social, sobre todo juvenil, ante la realidad de necesidades de comportamientos libertarios.

El grito de libertad, la apropiación popular otra vez de la protesta musical que había lobotomizado la desprestigiada nueva trova cubana de Pablo Rodríguez y Silvio Milanés como parte de la dominación cultural comunista, llevaría a la comprensión de que los jóvenes quieren nuevas libertades que el Estado no puede garantizarles con bienestar.

El discurso ideológico de Fidel Castro perdió credibilidad en 1968 cuando la revolución cubana dio el último paso para transformarse en Estado represivo cubano, al avalar de manera oficial la invasión de tanques soviéticos a Checoslovaquia para reprimir el tibio experimento democratizador del socialismo y consolidar el campo imperial comunista de la Unión Soviética.

Desde entonces, la revolución cubana se convirtió en un gobierno autoritario de corte militar que pudo un poco salvar la base social masiva con los discursos incendiarios de Fidel Castro para mantener el aislamiento con denuncias al apetito imperial de la Casa Blanca, aunque desde 1962 ha tenido vigencia el compromiso del presidente Kennedy con el líder Jrushchov de no invadir Cuba.

La intransigencia y obstinación de Fidel Castro dejó pasar muchas oportunidades para buscar nuevas formas de organización socialista-comunista para Cuba, desde el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989-1991 hasta la muerte de Hugo Chávez y el fin del subsidio petrolero venezolano en 2013. Fidel fue el responsable de dejar pasar la oportunidad de reanudación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos en 2015 con el presidente Obama, pero reforzando el régimen comunista autoritario y militar sin modificar el sistema de economía de Estado.

La muerte de Fidel y el retiro de Raúl del poder político –pero no militar– introdujeron a Cuba desde 2016 en una zona de incertidumbre económica, de mayor pobreza y de ausencia de expectativas para la sociedad mayoritaria que tiempo atrás abandonó el simbolismo de la revolución cubana y se ha sostenido solo por la advertencia castrista de que Estados Unidos está al acecho de la isla para convertirla otra vez en un burdel.

Las protestas juveniles de julio pasado fueron el principio del fin del modelo de regencia civil de un poder militar absolutista en la figura de un presidente que carece de carisma y liderazgo y que sigue gobernando al amparo del general Raúl Castro. La respuesta represiva a esas movilizaciones no abrió ningún resquicio a un entendimiento político primero del fenómeno de la protesta y después a las peticiones de libertad de las nuevas generaciones.

La revolución digital aplastó a la revolución ideológica de Cuba. La idea comunista de Fidel Castro se convirtió en la edad de piedra de la sociedad cubana, que mal que bien se ha ido abriendo en nuevas expresiones musicales de protesta contra la revolución, en la microeconomía de mercado que se ha impuesto de manera inevitable al estatismo y en el renacimiento de las ambiciones individualistas de bienestar que el comunismo nunca pudo derrotar.

Las opciones cubanas son tres: la represión generalizada, la liberación política del régimen o el camino de una transición hacia una socialdemocracia funcionalista. Hasta hoy, el escenario previsible es el primero. Y ahí terminará de enterrarse el simbolismo de la revolución cubana.

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